A través del laberinto de calipsos y chachachás de la sala F, los valses de la L, el jazz de la E, los tangos infinitamente empalagosos de la sala I, organizada alrededor de una bombilla roja que ya se había fundido, y a través de la sala Z con sus fox-trot, entre gritos de cháchara, carreras, monsergas, lloriqueos, pisoteo, sudores y brincos y aullidos y gemidos de toda la provincia y de algunos visitantes de la capital, el profesor esquivó y rozó culos y espaldas de mujeres y –de repente no tan incómodo fuera de la geografía diaria hotel casa hotel– se dirigió hacia los golpes rítmicos de un mazo de madera contra un material blando. Al fondo de la última sala,junto a los servicios, entre cuatro vigilantes, y encaramado a una escalera sujeta por un botones, encontró a un hombrecillo construyendo un parapeto con tablones, según decía, para permitir que la televisión filmara la fiesta desde un ángulo insólito. Los vigilantes apremiaban al hombrecillo a que se dejara de charlas. Señoras risueñas vestidas de mexicanas, egipcias o al estilo Luis XV se agolpaban ante la puerta «Damas». Todo, absolutamente todo, tenía que ser alegría en una noche como aquélla. El profesor pensó que Fontainas, Historia, habría tenido con qué entretenerse en ese lugar. Seguro que,con su voz nasal, había aplicado un sinfín irritante de correcciones a los bailarines disfrazados y descubiertos errores, omisiones y desaciertos en los trajes históricos de esos sinvergüenzas que así, sin más, sin conocimiento previo, por las buenas, encarnaban a los personajes de sus sueños. Siete María Antonietas contaba el profesor, tres Carlomagnos y varios Nerones. Pero, muy probablemente, Fontainas, Historia, sumergido en todo aquello, igual que el profesor, no tardaría en despojarse de su calidad docente, se arrancaría el oficio como la oblea de un turrón y, con una soltura de la que jamás sería capaz el profesor, se pondría a bailar como un colegial con las fulanas históricamente menos correctas.
Tarantella, tella, tella. Los corros llenaban la sala. A las señoras que esperaban en la cola de la puerta «Damas» las arrastraban desconocidos y las incorporaban a la larga cola del baile. El profesor se había comprado un antifaz demasiado estrecho, el cartón le rascaba las pestañas, los ojos le lloraban. Pero todos llevaban sus máscaras puestas, así que también él, que se preguntaba si toda la gente lloraba como él, o si habían tenido la previsión de probarse sus máscaras con semanas de antelación. Y entonces, de pronto, lo vio muy claro: Fontainas, Historia, habría aparecido vestido con uno de los pocos trajes históricamente correctos, porque se habría tomado el acontecimiento como una competición cuyo resultado (para profesores y alumnos) llevaba de un grado, de un título, de una distinción a otra. Aquí, Fontainas, Historia, no le habría dirigido ni una mirada a él, De Rijckel, Inglés y Alemán. Le habría traicionado, abandonado. La idea se le hizo insoportable.
Pasó un dragón; bajo la barriga de cartón cobrizo caminaban seis piernas envueltas en lana negra; la cabeza del dragón se mecía. Y de aquí para allá por aquella galería escultórica, entre los harapos coloreados de la horda, con un paso híbrido entre baile folklórico y contradanza, brincaba el profesor, chocando con los que bailaban el vals clásico o el boogie-woogie, con sus caderas fofas. El profesor enloquecido pensó aquel viernes por la noche que tendría que hacer aquello más a menudo, y se tomó tres whiskies a tres veces el precio de u na clase particular a los menos aventajados, tres veces una clase de gramática al saco de patatas de Hendrik Martens.
«El Asombro»
Hugo Claus
Hugo Claus
Ahhhh... muero por las fiestas de disfraces! Pero las buenas! Esas en las que todos, alquilan traje!
ResponderEliminarLa chance de, por una noche, ser otra persona... vestirse de otro ser.
mmmmmm... ¿de quién me disfrazaría esta vez...?
Una vez, durante una fiesta de disfraces en Halloween un amigo que era biólogo se puso una toalla en la cabeza y repartió a todos los concurrentes sobres con un polvillo blanco (como el Antrax).
ResponderEliminarYo me disfrazaría de Jason Voorhees. O del Dr. Lecter con la máscara de hockey, sorbiendo bebidas alcohólicas por una pajita a través de las aberturas de la máscara.
SOKON: Anibal Lecter? Ah mi querido, pero que morboso había resultado...!!! (pero más bien clásico, no? Lecter y Jason... muy clásico. Lo de Jason le diría incluso "pochoclero"...)
ResponderEliminarYo sigo pensando... tengo algunas ideas... pero ninguna me convence 100%.
¿Ustedes como me vestirían? o ¿de quién?
Cherry:
ResponderEliminarJe. Gatúbela. O de dríada del bosque.
Respetuosamente, claro.
yo?
ResponderEliminarde cordero
¿Gatúbela? De dónde sacará esas ideas sokon?!
ResponderEliminar(carita silbando bajito)
Me gusta lo de dríada del bosque... ¿pero no sería demasiado previsible?
Aunque me imagino un vestido de esos como de muselina finita, en tonos marrones y verdes con un bordado de hojas que lo envuelva... no estaría mal... y un antifaz de flores...
Pero, como decía, sería facil de descubrir... eso y llevar mis alitas desplegadas, sería muy obvio...
Alguna otra idea?
Circe: ¿de cordero? (!!!)
A ver Sokón, Hanibal Lecter es de cuarta. Y Jason, bueno... ¿ya comentamos una vez que íbamos a ver Martes 13 para ver alguna teta, no?
ResponderEliminarUsted puede ir disfrazado de Odín, para deleite de Cherry (y usted Cherry, no me joda y salga ahora con que va a ir de Valkyria!). Aunque también puede ir disfrazado de usted mismo, de Sokón Mastumura.
Aunque claro un samurai se presta para que lo agarren para el churrete. Y cada uno que pase le aprete con la punta de los dedos el moño ese de vieja que se ponían, y le hagan ruido de bocina (yo lo haría, al menos) (Y si va de casco lo vamos a joder con la cornamenta esa que se ponían) (Por Dios, había que ser muy macho para ser samurai! sobre todo cuando se le cagaban de risa en medio de la batalla). Puede ir de chino también pero le van a tironear de la trenza. (Acá puede hacer un chiste fácil si gusta de ello).
Todo esto me lleva a que tiene que definir primero el carácter del disfraz: si va a querer un disfraz con un toque payasesco (lo cual está perfectamente dentro del espíritu de la mascarada) o más bien uno que cause un efecto dramático.
Me da la sensación que los que eligió entran en el primer grupo, pero bueno, usted sabrá.
La verdad que el de Gatúbela no le quedaría nada mal a usted, Cherry. Imagino que sería impactante. Pero sin capucha. Sólo con antifaz. Igual, la veo bien disfrazada de Lilith. Muy apropiado. Y, aunque se sorprenda, no le quedaría nada mal una nariz roja de payaso y un sombrerito. Nada nada mal.
Y si se anima a ir de conejita, también puede hacerlo. Aunque (¿no se lo dije ya una vez?) no le costaría nada ir de Mina Harker (Mina es un lindo sobrenombre, además).
Aunque si le tengo que decir cómo imagino que estaría perfecta, sería disfrazada de Arwen.
Y usted iría de cordero, Circe?
Yo me la hubiera imaginado más de Cruzada... aunque sí, podría ser de cordero, con un gamulán de esos viejos puesto al revés...
Yo podría ir de Drácula, aunque también de William de Baskerville... pero prefiero un antifaz (ojo, de mosquetero no estaría mal, tampoco...)
Bueno, me han estado saliendo algunas canas así que puedo ir disfrazado de mis ancestros, y va a ser bastante económico, también.
Como sea. De caballero es un poco incómodo...
(je! me acordé de esto)
Y para usted, sokón, creo que ya lo hablamos pero viene al caso. Un pequeño fragmento de un libro que es antecesor de su amado Necronomicón (y segun dice, al menos igual de terrible).
El Rey de Amarillo
Camilla: Señor, deberías quitaros la máscara
Forastero: ¿De veras?
Cassilda: En verdad, ya es hora. Todos nos hemos despojado de los disfraces, salvo vos.
Forastero: No llevo máscara
Camilla (aterrada a Cassilda): ¿No lleva máscara? ¿No la lleva?
Acto I. Escena 2ª
Z:
ResponderEliminarAntes que nada, coincido con la idea de Circe como cruzada. En una armadura resplandeciente, sosteniendo una espada. Protectora.
Pero no, espere, no cruzada, eso sería poco.
Sería mejor Éowyn, la Dama Blanca de Rohan.
Respecto a mis posibles disfraces y sus consecuencias: me hizo caer al piso de risa!!! :-))))))
El samurai tocándole le bocina, la trenza del chino. De Odin, de Thor o de Sokón Matsumura!!
No se si ha dado cuenta, pero Lecter = Jason + E.A. Poe. Supongo que podría ir de Poe, pero en realidad solamente habría que esperar un ratito a que me pusiera muy borracho. Despues no hay diferencia. Para mi, claro.
En ningún caso me salvo del tono payasesco, aunque creo que ningún disfraz me salvaría de eso.
Sobre W. Chambers, el autor de los cuentos donde se habla de El Rey Amarillo, bueno, leí 2 cuentos. Los relatos son malos, o por lo menos no me gustaron. Lo único rescatable que encontré fue ese asunto del libro maldito.
Hace poco Clive Barker escribió un libro (que después sacó como Audiobook, leído por Doug Bradley, un actor de teatro de Liverpool más conocido por interpretar al cenobita líder en Hellraiser). Se llama Mister B. Gone. Ese libro empieza así:
"BURN THIS BOOK.
Go on. Quickly, while there's still time. Burn it. Don't look at another word. Did you hear me? Not. One. More. Word.
Why are you waiting? It's not that difficult. Just stop reading and burn the book. It's for your own good, believe me. No, I can't explain why. We don't have time for explanations. Every syllable that you let your eyes wander over gets you into more and more trouble. And when I say trouble, I mean things so terrifying your sanity won't hold once you see them, feel them. You'll go mad. Become a living blank, all that you ever were wiped away, because you wouldn't do one simple thing. Burn this book.
It doesn't matter if you spent your last dollar buying it. No, and it doesn't matter if it was a gift from somebody you love. Believe me, friend, you should set fire to this book right now, or you'll regret the consequences.
—*—
Go on. What are you waiting for? You don't have a light? Ask somebody. Beg them. It's a matter of light and death Believe me! Will you please believe me? A little runt of a book like this isn't worth risking madness and eternal damnation over. Well, is it? No, of course not. So burn it. Now! Don't let your eyes travel any further. Just stop HERE.
—*—
Oh God! You're still reading? What is it? You think this is some silly little joke I'm playing? Trust me, it isn't. I know, I know, you're thinking it's just a book filled with words, like any other book. And what are words? Black marks on white paper. How much harm could there be in something so simple? If I had ten hundred years to answer that question I would barely scratch the surface of the monstrous deeds the words in this book could be used to instigate and inflame. But we don't have ten hundred years. We don't even have ten hours, ten minutes. You're just going to have to trust me. Here, I'll make it as simple as possible for you:
This book will do you harm beyond description unless you do as I'm askingyou to.
You can do it. Just stop reading...
Now.
—*—"
Por las dudas, no cito más. ;-)
Primero, Cherry, lo de cordero era una broma por aquello de los lobos disfrazados y no lo decía por ud, sino por mí.
ResponderEliminarCherry, yo la mandaría a la fiesta vestida de Baya de Oro.
A Sokón y Zeta los veo sí, como Poe y Lovecraft charlando en un rincón, brindando con unas copitas de ajenjo.
Yo una cruzada? Me gustaría saber por qué esa idea.
Pero está bueno! Me hace recordar a mis épocas de Ivanhoe (y hubiera sido Rebeca, sin duda alguna) Pero sí, me gustan las espadas. Tengo una de madera, de cuando jugaba con mis hermanos.
Ahora, estoy de acuerdo con Sokón, mejor Éowyn… prefiero asesinar al Rey Mago de Angmar que a unos cuantos sarracenos. (Aunque no todos los Nazgul son malos)
Además Éowyn me cae bien. Me identifico bastante con ella y, por otra parte, me hace recordar a la heroína de un romance que me gustaba cuando era niña, el Romance de la Princesa Guerrera. Argumento bastante conocido que llega hasta oriente y retorna a occidente como la película Mulán.
Y ya que todos citan, yo también:
Pregonadas son las guerras
de Francia para Aragón,
¡Cómo las haré yo, triste,
viejo y cano, pecador!
¡No reventaras, condesa,
por medio del corazón,
que me diste siete hijas,
y entre ellas ningún varón!
Allí habló la más chiquita,
en razones la mayor:
—No maldigáis a mi madre,
que a la guerra me iré yo;
me daréis las vuestras armas,
vuestro caballo trotón.
—Conoceránte en los pechos,
que asoman bajo el jubón.
—Yo los apretaré, padre,
al par de mi corazón.
Sobre disfraces usados, una vez fui de Circe, obviamente. Las largas trenzas rubias me dieron trabajo pero andar por ahí con un botellón antiguo con licor de vino fue un detalle interesante.
ZETA: A ver, insisto en que para ser Gatúbela debiera de medir medio metro más... pero bueno, imaginemos que puedo ponerme unas botas de vinilo de 20cms de alto. Y con eso zafamos.
ResponderEliminarLe paso una imagen del antifaz que le comentaba ayer: ANTIFAZ GIVENCHY
Igual, ahora ya sé, que ha dejado de pensar en antifaces y debe estar perdido en el escote trasero, pero bueh! Era para que se hiciera una idea (a riesgo de que se haga más de una!).
Pero como usted dice, la idea de Lilith es ESPLÉNDIDA, no se me había ocurrido. Me alucina esta opción (quien empieza a preparar la fiesta de disfraces? ahora no me dejen con las ganas!!!)
De conejita, siento decirle que no iría, es demasiado vulgar. Gatúbela también, es como remanido, pero bueh... tiene algo más de encanto.
Como menciona, lo de Mina Harker, es que no entraña demasiado trabajo, basta con el vestido apropiado y un poco de palidéz. El resto ya me ha sido dado. PERO no voy a negarle, que al igual que Lilith, el estilo gótico me consume de deseo... así que, también es una buena idea.
(¿Es un delirio pensar en Cassandra?)
(Maldición! y sigo sin fiesta de disfraces!)
De Arwen... mmmmmm... creo que alguna vez le dije que la veo medio pelotuda, no? JE. No sé... no me resulta un personaje fuerte, tampoco romántico, si acaso frágil, débil, no sé, no me llama la atención...
Además, le soy honesta, espero no tener esta cara de caballo.
Aunque, lo que sí mataría por tener, es su cadenita: COLGANTE.
También se me ocurre que me quedaría maravillosamente bien disfrazarme de Scarlet O'Hara o de Rhiannon... no?
Por otro lado, sí, lo veo de Drácula... de William de Baskerville también! De mosquetero... mmmmm, fíjese, creo que la barbita de mosquetero no le quedaría nada mal!
CIRCE: Yo sabía que lo de cordero lo decía por usted misma, pero no captaba bien la onda del disfraz :-P
Más que nada, porque eso de los animalitos me resulta poco atractivo.
Coincido con los demás, la veo de hechicera, me encantó para usted lo de Eowyn, confiésole que es de mis personajes predilectos (muchisimo más que Arwen, como habrá notado). También me la imagino como Madame Bovary.... no sé por qué.
Baya de Oro... me gusta, lástima no ser rubia.
A SOKON, me lo imagino de Samurai, de HPL, de Odín (sí zeta, sí, sí, sí!!!), también como el padre de Arwen, el Rey Elfo. Sabio.
También los vestiría (a zeta y sokon), de Arturo y Lancelot... o Arturo y Merlín.
Sí, me gusta.
Explíqueme, Circe, eso de Conoceránte en los pechos. Por favor. Hasta el caballo trotón la sigo, pero en este punto el desconcierto se apropia de mi persona.
ResponderEliminarIgual no suena mal, caer a la fiesta de disfraces y decirle a la primera musa que se le cruce ahhhh!!! como me gustaría conoceránte en los pechos... amada mía.
Ahora, Circe, si le asoman los pechos por la parte de abajo del jubón, tiene un problema (mire que me refiero al personaje del Romance).
Cherry, a usted no le gusta Arwen, lo sé perfectamente. Pero puede ir vestida de Mina.
Entiendo lo que dice de que no tendría mucha gracia. A mí me pasa lo mismo con Indiana Jones.
Je!, más de uno le va a preguntar: De qué estás disfrazada?
De Mina le dice usted.
Ahm
Es un lindo diálogo.
Si usted va de Matsumura, Sokón, yo tendría que ir de El Zorro. Con un sylvapén en la punta de la espada.
Mire, encontré otro fragmento de El Rey de Amarillo, pero tengo dudas sobre su autenticidad.
Cassilda: ¿De qué os disfrazáis, Señor?
Forastero: De Dante.
Cassilda: Pues disculpad, pero no lo parecéis.
Forastero: Bueno, cuando quieras comprobarlo vení y vas a ver cómo te Doy.
Cassilda (horrorizada a Camilla):
Acto I. Escena 4ª
Cherry, sabe que efectivamente he andado por la vida con esa barbita de mosquetero a la que alude.
(Y de paso, qué son esos si! si! si! que me pone entre paréntesis?)
No se puede dejar de leer ese libro, Sokón. Atrapa de un modo pernicioso.
Sabe que a mí tampoco me gustaron los cuentos de Chambers. Pero bueno, son las fuentes en las que abrevaron los posteriores (los posteriores suena a Cthulhu, no me lo va a negar).
El problema de la fiesta de disfraces es que si hay repetidos se aburre un poco la cosa. Hay comparaciones, duelos, piñas. Se genera un mal ambiente. Imagínese dos Minas agarrándose de las mechas por ver quién está mejor.
Y saba qué, Cherry? el colgante de Arwen puede ir con el disfraz de Lilith.
Bueno, es cuestión de empezar a organizar. Es fácil, se fija la cantidad de personas, digamos cincuenta. Y se buscan 40 direcciones de desconocidos y se envían 20 invitaciones a damas y 20 a caballeros. Y listo. Y 10 conocidos.
Ah, lo mio debiera ser la organización de eventos.
Alejandro Baigorría de los Campos tiene junto a estas excepcionales cualidades del buen gusto y delicadeza, las habilidades de un Scarlatti a la hora de concentrar toda emoción en el lugar preciso. Nada de fasto ni celebración se administró en la agradable cena de la primera noche, que para más concentración de expectativas y ansiedades fue servida en varias tandas. Apenas unos pocos invitados nos encontramos cara a cara en esa ocasión. Las curiosidades debieron reservarse para la gala de la noche siguiente. Sin descuidar la ocasión de que los asistentes pudieran ir estableciendo con esas primeras charlas de vísperas contactos que otorgarían a la fiesta una inusual animación desde el mismo comienzo.
ResponderEliminarUna festividad desenfrenada que iría en aumento hasta alcanzar un final increíble que ni el propio Balzac habría imaginado.
Las rondas campestres también fueron grupales. Tuvieron la nota justa de dureza y esfuerzo, como para reforzar el deseo de que llegara por fin la hora del antifaz.
Si es difícil que todas estas dotes de gentilhombre, experto dosificador de emociones, planificador exhaustivo de detalles, se encontraran en un solo hombre, cuánto más extraordinario resulta entonces agregarle a Don Alejandro un gusto mordaz y chispeante, capaz de llevar su montaje hasta el final y alcanzar cotas inauditas.
Porque habréis ya imaginado, verdad, que una mascarada es lo que tendría lugar en Santa Genoveva. ¡Escondeos! ¡Jugad a que sois otros! ¡Fingid que no sos la joven que por la tarde miraba con ojillos glotones! Y vos, que no la habéis reconocido.
El salón principal de Santa Genoveva estaba a punto para un desenfreno de excepción. Hasta el nombre de la propiedad parecería escogido ex profeso para la fiesta.
Genoveva, patrona de París, trae a la Argentina el ambiente de la ciudad luz; abandona esa nueva París demolida y levantada de nuevo sobre los escombros de la pobreza. No encuentras ya los callejones que escondían Le mystères de Paris; misterios no develados, no resueltos sino escondidos en los suburbios. Toda una ciudad trasladada a los suburbios para construir espacios vacíos.
Otórgale, Genoveva, a Buenos Aires, que tanto intenta parecérsele, sin éxito, un poco de la gracia que concediste a tu queridísima París, que no dudó en fundir tu ataúd para vender la plata, quemar la reliquia de tu cuerpo y arrojar las cenizas al Sequana, que las ha llevado hasta La Mancha. Toma como tributo por tu día, el 3 de enero, la celebración de Don Alejandro.
Esta fiesta que era en sí el ideal de la diversión del espíritu y la carne, tenía para mí otros ingredientes capaces de proporcionar placer también al intelecto. Carne, espíritu e intelecto, ¿podré soportarlo?, me pregunté al tomar el primer sorbo de auténtico champagne francés; pero al acabar la segunda copa sabía que lo toleraría y que lo iba a disfrutar como hacía mucho no ocurría.
Y ya al llegar al palacete de Don Alejandro me había dado motivo de excitación un médico local, el doctor Adán Osorio.
Osorio había sido anfitrión, en Buenos Aires y en la oriental Paysandú, de un pequeño comité que me incluía –sin la décima parte de la genialidad que Don Alejandro había cultivado en la materia, debo decirlo–; pero sin embargo fue quien facilitó el ingrediente más salvaje, más insólito e inesperado para la fiesta.
Y esto es también mérito del Don, ya que cuando las cosas se hacen bien, es inevitable que todo el universo confluya hacia el éxito de las metas propuestas. Aunque en este caso el pobre Don estaba ofreciendo mucho más de lo que él creía a la mascarada bacanal que organizaba.
En el aburridísimo viaje desde Buenos Aires, que por desgracia quedó fuera de la organización del Don, circunstancia en la que habría sido entretenidísimo, Osorio tuvo la gracia de confesar a los pasajeros la naturaleza de sus sospechas acerca del caso de una enferma mental, que habíamos tenido ocasión de conocer. La intervención del médico me sacó de las evocaciones amazónicas en que me evadía y me atrajo de tal forma que permanecería cautivo hasta el final, en un crescendo constante de curiosidad.
La enferma era una de las invitadas y Osorio se proponía aplicarle un tratamiento de su invención que consistía en hipnotizarla y operar con el lenguaje esa mente enferma, extirpando e implantando. Lo que había que extirpar era un crimen que la enferma planeaba cometer.
En realidad, el tratamiento tenía posibilidades, aunque era preciso un trance tan profundo que sólo podía alcanzarse en Santa Genoveva.
Nos enteramos entonces de que en la hacienda del Don había un lugar con propiedades excepcionales para este tipo de cosas. Sí, como el viejo árbol de nuestro querido Puysègur.
He viajado y he visto cosas extrañas, de las cuales no es la más difícil de creer un lugar donde se percibe una atmósfera diferente. En algunos lagos montañosos de América del Norte lo he sentido como un escalofrío de desolación, como la proximidad de una puerta que no debería ser traspasada. En la humedad pegajosa de insectos del Amazonas he percibido una disposición al suicidio flotando en el aire y penetrando los pulmones con cada bocanada. En los senderos andinos del Perú sentí un deseo conmovedor de quedarme allí para siempre, y lloré cuando hube de seguir adelante, con el sol ocultándose allá abajo. No me pareció raro que hubiera un lugar especial en lo del Don.
[...]
Me había puesto un disfraz de misionero jesuita, con una sarga de lino auténticamente jesuita, que me dio en Brasil un hermano de esa congregación a cambio de dos odres de buen vino. No cometeré la imprudencia de nombrarlo en honor a las copas que nos tomamos juntos.
En Buenos Aires conseguí otros enseres que completaron el disfraz de manera imponente. Un cinturón de cuero rústico para ajustar la negra sarga a la cintura, y unos zapatos casi iguales a los que recordaba haber visto usar al hermano jesuita del Brasil, de cuero liso y abrochados con un solo botón. Estaba increíble. Por encima un sacón que no sé qué tan jesuita pudiera ser, pero allí, en Santa Genoveva lucía como si el propio San Ignacio lo hubiera diseñado.
Afortunadamente, jamás he visto a un miembro de esta congregación llevar tonsura. Creo que fue en agradecimiento a tal exoneración de entrega al disfraz, que le pedí a un sirviente del Don que me recortara un poco el cabello en la parte posterior. Y fui un religioso como el que más. Por algún extraño motivo, que no ha de ser tan extraño cuanto prudente es callarlo, las damas tienen una predilección especial hacia los hombres consagrados. En las fiestas de disfraces, claro, no se confunda lo que quiero decir.
Don Alejadro iba ataviado como un mosquetero, y casi parecía que era ése su atuendo normal y hasta ese momento no había sino estado en el disfraz de anfitrión.
Como era propio de él, había ensayado cada gesto, hasta cada inflexión de la voz para ser un mosquetero auténtico. Alabé la forma en que había peinado su bigote para incorporarlo al personaje dumasciano y él me felicitó entre risas y palmadas por el corte de cabello.
La fiesta estaba magnífica. En un ala menos iluminada del salón estaban los músicos. Casi una orquesta completa. No esperaba tanto, acaso unas cuerdas y algún viento. Ese batallón de músicos estaba preparado para tocar lo que fuera preciso. Dudé al principio, en medio de una mezcla tan barroca de personajes y caracteres, de que fueran invitados que habían decidido un disfraz comunitario de orquesta. Tan perfecto era su acople al ambiente. Y qué magnífico champagne. Anoté mentalmente y paso a vosotros el apunte para que lo llevéis a cabo en alguna bacanal a la que asistáis u organicéis, de la genialidad de los disfraces comunitarios. Sonreía o reía francamente a carcajadas al imaginar a varios salvajes mezclados entre los invitados, disfrazados de hunos, o criaturas semihumanas que ambientaran el lugar como faunos y centauros.
¡Magnífica idea!
Muy preferible, qué decirlo, a esa proliferación moscardonesca de luises que en más de una ocasión he encontrado, para colmo de males con numeraciones repetidas.
Una idea que se aproxima a ésta de los disfraces grupales es la de las fiestas temáticas, en la que todos los asistentes deben seguir una consigna. De todas formas, son más aburridas de lo que pueda sonar a priori.
Encontré a Osorio apartado de William James y de Maurice Rènnes. Estaba vestido de algo, junto a la puerta. Llevaba una túnica blanca que caía en hinchados pliegues, sandalias oscuras y en la cabeza unos laureles que caían sobre la frente. Estaba pálido y adusto. Me recibió con una mano sudorosa cuando al fin se dio cuenta que estaba de pie junto a él. El disfraz, que resultó del padre de la Medicina, Hipócrates, no estaba tan mal después de todo. Pero la figura consumida de Osorio con una copa que pronto estaría vacía en su mano, no ayudaba.
Estuvimos un rato cruzando trivialidades en el rincón de Osorio como dos figuras maniqueas que representaran a la ciencia, de blanco y con corona de laureles, y a la fe, en las negras ropas de un religioso.
Su inquietud se acentuaba por momentos en breves espasmos y resoplidos cuando una figura enmascarada pasaba cerca de nosotros. Se trataba del Hombre de la Máscara de Hierro que se paseaba inquietante por el salón. Debajo de la máscara pude adivinar a Agustín Osorio, hermano de mi confidente, quien empeoraba cada vez que lo veía.
Aunque en su rostro intuía la respuesta, le pregunté por el resultado del experimento de la cascada.
Tardó apenas unos segundos en desmoronarse, y luego de decirme que no podía saber aún si había tenido éxito en su tratamiento, se lanzó a contarme su tribulación.
Podéis pensar que pasé los siguientes minutos procurando una excusa que me arrastrara lejos del Hipócrates doliente. Pero en ese caso estaríais errados, perdidos, porque lo que Osorio me contó fue que su paciente, la mujer de la cascada, planeaba asesinar al Don.
Conminé a aquel despojo consumido a que advirtiera de inmediato al anfitrión sobre la amenaza que lo acechaba y que encerrara a la enferma, pero logró convencerme de que eran sólo supuestos de él, y que Alejandro no lo tomaría en serio.
Como orquestada por el Don sobrevino la aparición de la mujer en la escalera. Por un instante todos nos volvimos a mirarla, hasta la música tal vez se detuvo, para retomar enseguida las notas que aún pendían en el aire y continuar con la animación.
La majestuosa mujer bajó las escaleras como si estuviera en su propia casa. Llevaba un vestido antiguo increíblemente elegante con un escote maravilloso. El Don llegó a tiempo para ofrecerle ayuda con los últimos escalones y a la distancia pareció alabar el collar que la muchacha lucía. No faltaban cosas que aplaudir en la joven. Pero coincido con el Don en que aquel collar de perlas azuladas era una pieza que destacaba. Seguro que se trataba de una joya auténtica y no era sólo parafernalia de disfraz.
Además, era notorio que la joven estaba satisfecha con las alabanzas del collar, motivo por el cual aplaudo, aun otra vez, al pobre Don.
Luego me alejé de Osorio. La fiesta no tenía nada siniestro como él pretendía, más allá de lo siniestro de toda fiesta, vinculado a la conciencia de lo que vendrá al acabar. La sensación insoportable de realidad franca y yerma, con cosas en el suelo y restos de música zumbando en los oídos.
Para hablar de conciencia está James. Precisamente, cuando él llegó fue que dejé a Osorio en su compañía.
Cada tanto mis ojos encontraban al Don y a la mujer conversando, bailando. O veía al enmascarado cruzar la habitación aguardando el momento de reclamar sus derechos, prisionero injusto en la Bastilla.
En un momento en que el Don quedó solo me acerqué a saludarlo. El hombre estaba exultante; desenfundó el mosquete e hizo una figura. Tenía quince, veinte años menos. Cómo puede una mujer obrar milagros en un hombre, pensé; tanto como estropearlo y hacer de él un jergón inmundo, un inútil.
Regresó la muchacha. Algo me sorprendió, algo que trascendía su gesto altivo, su pose nobiliaria, tan natural que costaba creer que no se extendiera fuera de la mascarada. ¿Había cambiado el color de sus ojos? Jamás había notado que fueran verdes.
Al punto me di cuenta que seguían siendo tan marrones como antes. No penséis que había bebido más de la cuenta; tal cuenta no existe en una fiesta que se precie.
Atended, cualquiera puede confundirse: eran las perlas del collar las que parecían destellar reflejos glaucos.
Ahora, al escribirlo, siento algo de pudor. En ese momento quedé un poco confuso. Saludé, tal vez alabé la joya, y me alejé dejando al mosquetero con su reina.
Al rato había olvidado el incidente y el hipotético peligro que pendía encima del Don. La noche transcurrió deliciosamente hasta que en un rincón hallé a Hipócrates, níveo al punto que su toga parecía haberse oscurecido dos o tres tonos. Sus ojos estaban hundidos en profundas ojeras, la boca entreabierta, abandonada, mostrando parte de la dentición superior del mítico galeno y la corona de laureles a punto de caer hacia la izquierda.
Interrumpí el relato misionero que impartía a una hermosa nereida y me acerqué al hipocrático despojo. No fue necesario que me dijera nada. Su mirada estaba corpóreamente conectada con la escalera. Siguiéndola como a una driza vi al Don y a la muchacha subiendo las escaleras. Juraré que a esas horas, el extraño colgante de perlas parecía rojo. Rojo rojo. No más o menos. Al menos eso es lo que me pareció, por supuesto que no estoy sugiriendo que cambiara realmente la coloración.
Dr. Louis Agassiz
«La Fiesta»
Juan Martín Castellonese
Hola !!! Cómo andá??
ResponderEliminarLeí que anduvo recomendando disfraces en los comentarios.. quiero que también me recomiende uno a mi... ¿Cuál sería?
Zeta, siempre es un placer pasar por tu blog... tanto sus escritos y los que (con bien gusto) selecciona me lleva a recrear en mi mente la escena e involucrarme en ella.
Que difícil se le hace a los profesores despojarse de su calidad docente, lo veo todo el tiempo. Y creo que a medida que pasa el tiempo se agudiza más. Todo lo analizan desde la historia... leía y me imaginaba a mi profesor criticando cada uno de los errores de los disfraces.. él lo haría!!!
Espero que no me pase a mi a medida que pase el tiempo...
Mismo en el cine... los historiadores (en su gran mayoría) critican las películas históricas, ya que inevitablemente al llevar lo escrito a imágenes siempre hay cambios que alteran el sentido del pasado: exceso de ficción, igualar historia con memoria, comprimir el pasado, tendencia al sentimentalismo etc. Todo analizando con sus propios parámetros.. ¿Por qué no cambiar de perspectiva?
Siempre me voy de tema...
Zeta, siempre pasó por acá... pero a veces me da verguenza opinar.. con tanta gente creativa!! lo mío es muy precario!
Gracias por pasar por mi blog... ahh y ya me olvidaba... te deje un mensajito ahí!!
Besos!
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ResponderEliminarNo sé porque salió dos veces mi comentario... por eso lo suprimi!
ResponderEliminarMi querido Z, ud. es un gran escritor que no encuentra tema. El tema que escogió para la fiesta es digno de Robert Bloch, o de mi. A ud. le queda un poco chico.
ResponderEliminarPero la verdad es que tanto me gustaron algunas de las ideas que allí aparecen, que levanto el guante y prometo solemnemente antes de la semana próxima escribir mi versión de la fiesta, la cual se llamará: 'La curación hipnótica de la mujer orate'.
Quizá aparezca Tony Kamo Higa, un hipnotizador japonés.
Muchas personas tienen dificultad para despojarse de su calidad laboral. Algunas profesiones, es cierto, propenden con mayor facilidad a adueñarse de todos los aspectos del individuo. Quizás la docencia sea una de ellas. La literatura también suele serlo.
ResponderEliminarEn otros casos la influencia de la profesión, si bien es más profunda, es también más sutil, y el individuo puede hacerla pesar a su favor. Beneficiándose de las estructuras de razonamiento o comportamiento que éstas le proporcionan.
Es inevitable, por ejemplo, que en la percepción natural de un matemático intervengan estructuras de razonamiento y hasta perceptivas particulares de un corpus lógico-formal. Si la persona lo comprende y tiene la inteligencia suficiente como para darle su justo lugar, es una herramienta de gran valor. Desgraciadamente, la mayor parte de los matemáticos no son personas especialmente inteligentes.
Ya sabe qué disfraz le voy a recomendar, Pao: Alicia.
Sokón, no necesita decirme gran escritor para criticarme. Soy escritor.
Uno difícil de clasificar, tal vez. Pero soy una persona, en general, difícil de clasificar. Un individuo.
La Fiesta es una pequeña novela corta, epistolar, y este fragmento corresponda a una entrada en el diario del famoso naturalista suizo Louis Agassiz, uno de los personajes de la novela.
Con respecto a Tony Kamo Higa (juaaaa), la verdad es que ese final hace perder seriedad a todo lo otro. Más que nada, porque si el tipo puede hacer eso, para qué molestarse en todo lo anterior. (Aunque, claro, ya cuando quedan todos amontonaditos uno encima del otro, ya empieza a pintar medio payasesco).
Y decídase, sokón, por un lado me alienta a escribir sobre los Mitos de Cthulhu y por el otro me dice que un argumento Robert-Bloch-styled es poca cosa para mí.
Z:
ResponderEliminarUd. espere y verá lo que un escritorzuelo de pulp como yo se divierte inspirándose en uno en serio. Lo digo sin ironía.
Lo de Tony Kamo Higa, tiene razón. No se por qué el tipo hace eso al final; la primer parte del video me pareció maravillosa, por eso lo dejé. El ridículo del final, no entiendo. Al tipo ese yo ya lo había visto hacer otras demostraciones buenas. No se. A lo mejor era un chiste.
Me extraña, Z, como confunde las cosas. Los conjuntos Mitos de Cthulhu y estilo R.Bloch no son identicos. Para nada. La mayoría de la obra de Bloch no tiene nada que ver con los mitos.
Cthulhu ftaghn! Cthulhu ftaghn!
Por ejemplo, Derleth escribe mejor que Bloch. Solamente que Bloch es mejor para dar sustos y escribir cosas graciosas, entretenidas y siniestras. Derleth se especializó en copiar a HPL, y a explicar cosas que hubiera sido mejor dejar sin explicación, pero sin duda es uno de los mejores escritores en serio del círculo. Un argumento RB-styled escrito por Derleth sería algo muy pero muy interesante de leer. A eso me refiero. El fragmento de esa novela epistolar, con toda la belleza formal y el ingenio que ud. le imprime a las cosas que escribe, no tenía un argumento adecuado (a mi gusto).
Iä! Shub-niggurath!!
(Perdón por el exabrupto, es como el sindrome de Turret).
No se extrañe, sokón. Suelo confundir bastante las cosas. En gran medida por naturaleza, y en una medida más pequeña, adrede.
ResponderEliminarNo se olvide que el universo fue creado a partir del caos (no, no dije Kaos). Como no considerar la creación paradigmática por excelencia!
Y es bueno que se divierta, sokón. Pero tenga presente siempre que eso es sólo la mitad del asunto. La otra mitad es que se diviertan también sus lectores.
Y ahora que está valorando herramientas como el punto de vista del narrador, y la voz del mismo, le voy a dar otra opinión: un fragmento no tiene argumento. Es como hablar del estilo arquitectónico de una pared. Si una pared tiene estilo arquitectónico, hay un problema.
Y de paso una pregunta: ¿le parece que Crónica de un iniciado tiene un argumento especialmente complejo?
Yo me animo a definirlo ZETA. No s´s si puedo "clasificarlo" porque me parece aberrante clasificarnos entre seres humanos, pero puedo "dibujarlo".
ResponderEliminarUsted diga si le interesa, dónde y cuándo.
Zeta: Tuve un profesor que me decía lo mismo que usted.
ResponderEliminarDe que sirve estudiar tanto sino uno no emplea algo de los conocimientos en la vida ¿no?
Me voy a tener que teñir para ser Alicia... o tal vez sería una nueva versión jeje
Besooos
¿Quién puede decir No a esa propuesta, Cherry?
ResponderEliminarY, Pao, cómo se va a teñir! Eso sería muy fácil. Tiene que ser Alicia si teñirse, mujer!
Es muy tarde ya, lo dejo para mañana zeta...
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