miércoles, 20 de julio de 2011

Velasques en su laberinto


Fragmento extraído de la Pequeña Geografía Mítica 
del barrio de El Prado, ubicado en la ciudad de Montevideo


La red vial de El Prado tiene singularidades que la hacen inconveniente para los visitantes. Quien la recorra sin tener un conocimiento exacto de su geografía, no llegará a ningún destino. Se perderá. 

Incluso los vecinos del barrio optan por permanecer en el entorno de sus casas antes que aventurarse por regiones poco conocidas. Cuando, por fuerza, deben alejarse, lo hacen con visible recelo e incomodidad. 

Es que si bien en un primer momento el trazado de las calles y las manzanas parece regular, al cabo de andar un poco, el viajante descubre con nerviosismo que la zona está infestada de diagonales imprevistas, calles cortadas, pasajes escondidos que buscan sombríos el corazón de manzanas haxagonales, continuaciones apócrifas y un sin fin de curvas de diversos ángulos que acaban por desorientar incluso a los más cautos. 

Hay ciertas señas que es difícil ubicar; domicilios que parecen inverosímiles; lugares que no es posible situar sobre un plano del barrio. 

El origen de esta planta accidentada ha sido atribuido por unos a un crecimiento desordenado, y por otros a la inspiración en modelos no tradicionales. El poeta Felisberto ha sugerido, en íntimos cenáculos tardíos y tras el ambiguo azogue de la metáfora, la existencia de un amuleto terrible oculto en un rincón del distrito de difícil acceso. 

Paradójicamente, esta complejidad vial es uno de los aspectos menos conocidos de El Prado. Es, para los vecinos, un tabú. No se menciona siquiera en las conversaciones privadas, y todos la padecen en medio del silencio colectivo. 

Al extranjero que visita la zona se le permite acceder tan sólo a las calles más alejadas del centro, que mantienen un trazado regular. Si pregunta cómo llegar a una dirección que está en los distritos interiores, recibe indicaciones contradictorias y absurdas, o –en el mejor de los casos– todos le dicen desconocer la calle. 

El arquitecto Aldebarán Velasques –antigua figura del barrio, anterior incluso al urbanista Aquistán Duque– quebranta por algún motivo este convenio de silencio y menciona la calle Irigoitía como ejemplo de los accidentes que han modificado el damero de manzanas. 

Dice Velasques que la calle Irigoitía continuaba más allá de la avenida Buschenthal, donde parece terminar. Originalmente atravesaba el cruce sin obstáculo, pero en épocas posteriores, sostiene, la edificación de una casa vino a obstruir su curso normal, dividiéndola en dos. Según sus indicaciones, se accedería al segundo tramo de esta calle por detrás del Liceo 6. 

Con visible molestia, el arquitecto Aquistán Duque, en su opúsculo «De la penosa construcción irregular de edificios en predios no destinados a ese fin», hace responsable de este desorden al propio Aldebarán Velasques, quien participó en la planificación urbanística de El Prado. 

El erudito Racín también aporta datos sobre la historia de Velasques y sale al cruce de Duque, señalando que éste estaría celoso de su antiguo predecesor. 

Racín reivindica la capacidad de Velasques como urbanista, aunque confirma que desde joven apareció como una persona esquiva y extraña. Se lo veía pasar a la distancia, volviéndose a cada momento y apurando el paso. Apenas si se detenía en algún sitio y ya retomaba otra vez su marcha. Racín explica el secreto de esta movilidad a través de las Memorias de la amiga y confidente del arquitecto, Amalia Díaz, con quien éste mantenía breves charlas, medio escondidos detrás de un arbusto. 

Al parecer, en una de esas paradas fugaces Velasques le contó a su amiga que había en el barrio un viejo siniestro y costroso que lo perseguía. 

“Siento que ya me alcanza, Amalia; y no puedo esconderme”, le dijo la última vez que se encontraron. “Tengo que huir; tengo que torcer los caminos tras de mí para retrasar el encuentro.” Amalia lo apremió preguntando quién lo seguía. Pero Velasques no sabía. Prefería no saber. 

Siempre basado en las Memorias de Amalia Díaz, Racín cuenta que, por fin, una tarde Aldebarán le respondió a la distancia, mientras se alejaba, que creía que él mismo, ya anciano. 

Así, en el afán de obstaculizar su rastro, el joven arquitecto habría promovido la construcción de edificios y el desvío de calles, fomentando el complejo trazado del barrio. 

Pero a pesar del desprestigio con que lo tiñe Aquistán Duque, el recuerdo de Aldebarán Velasques ha perdurado en los vecinos. Entre las avenidas Diecinueve de Abril y Juan Carlos Blanco hay una pequeña calle que lleva su nombre. Y entre Federico García Lorca  y Hermanos Ruiz, otra. 

Sea cual fuere la verdadera causa, El Prado se ha transformado en un extraño reducto cuya defensa estaría formada por un laberinto central: no es tan difícil llegar al barrio, como escapar de él. 

El historiador del folklore Corssini Méndez dice, sin embargo, que esta maraña de calles cortadas y manzanas irregulares, no sería un laberinto central, sino la muralla que resguarda el verdadero corazón del barrio. Un reducto inaccesible que aloja una pieza única. Muchos de los que se han lanzado en su búsqueda, se han perdido. Corsinni sugiere que el objeto sería el gigantesco badajo de bronce que un día estuvo en el campanario de la iglesia gótica de la calle Irigoitía. 

Sin embargo, otros prefieren creer que ese sector inaccesible está habitado por el linaje fundador del barrio; los verdaderos amos de El Prado. 

Quienes recuerdan la historia de Aldebarán Velasques dicen que con el correr del tiempo comenzó a hacerse visible el viejo Aldebarán, avanzando en una vacilante peregrinación por el laberinto que había levantado el otro. 

Es una pena que nadie haya vuelto a encontrar al joven para decirle que en realidad el viejo no lo buscaba. Que, por el contrario, como se supo luego, trataba de ocultarse entre las sombras con visible torpeza. Sin valor para enfrentar al joven Aldebarán, el viejo también huía. 

El laberinto ha perdurado hasta hoy, y a pesar de que Duque acusa a Velasques de incapaz, y Racín, para disculparlo, de paranoico, los vecinos prefieren creer que en verdad era acechado por aquel viejo. Ellos mismos, muchas veces, se vuelven vigilantes hacia las sombras de una esquina, o intentan escapar de sus fantasmas corriendo frenéticos por el laberinto de El Prado.



5 comentarios:

  1. Muy bueno, me dieron ganas de ir.

    La idea de ir cerrando los caminos para que no nos encuentre la vejez, o acaso un sí mismo más lúcido, es buenísima, por lo menos esa es mi interpretación.

    El cuadro es del Prado?

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  2. Sí, claro que es del prado! El pintor se empecina en que no, y no y no. Pero es obvio que es el prado. Pero bueno, ya sabemos que el autor nunca tiene mucha idea de lo que pasa. Y se cree que tiene todo contrôlé.

    En ese mismo orden, hasta donde yo sé, la historia de Aldebarán, como mito fundacional que es, explica caracteres urbanísticos con argumentos diseñados para un pueblo incultivado. Con la suficiente inocencia para creer y no creer al mismo tiempo. Sin que en ello haya oposición. (qué bueno que es 'sin que en ello haya'!). Para mí el texto habla de que en el fondo las calles son así, el barrio es así, por incompetencia. Una Incompetencia con mayúsculas; humana. Pero que en el fondo es pintoresca y tiene lo suyo.

    No descarto, igual, otras interpretaciones. Los textos míticos, como expresión más popu de los sacros, tienen eso: muchas muchas lecturas.

    Su apunte sobre el humano, astllr, es impecable. Sobre humana. La perenne mocedad es impericia, es tener que aprender, es inconciente seguridad. Confianza volitiva. Es cierto, la mente de principiante es juventud; pero también es otras cosas. Imagino que la gracia está en conservarla en viejas avenidas. Fíjese que los caminos siempre son nuevos, aunque los vengamos transitando de hace muchos milímetros.

    Lo cierto es que Aldebarán parece haber quedado atrapado en su camino de saltimbanqui, sin poder salir. Sin poder salir de su huida. Sin recorrer ningún camino. Igualito que Peter. Pan.

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  3. si, es imitar un modelo a como dé lugar, no importa su intención, su razón de ser, hagamos barrio jardín, hagamos chalets, cottages, hagamos callecitas. Quizá eso sea la incompetencia, el resultado de una pose. Pero qué habría en lugar de la pose? Digo en el caso mvd.

    sobre la juventud divino tesoro me hizo acordar de un tema tanguero que a lo mejor lo pongo el en blog. La juventud es siempre injusta, uno la reconoce cuando es tarde y en su momento no se da cuenta, como respirar. Aunque Aldebarán parece que sí, ambicioso, quimérico.

    Y está bien eso de conservarla en las grandes avenidas. Lo mío no llega a ser avenidas, en mi caso lo serían más esas calles de entrada o salida medio anchas como maldonado o canelones.

    La huida como parálisis...

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  4. Hola Zeta, vi tu comentario en la página del "Ser de Metepec" de Maussán y de acuerdo a tu comentario y buen criterio te invito a visitar mis resultados.

    ¿PORQUÉ EL "SER" APARECE PRIMERO SIN OREJAS Y SIN PELO Y DESPUÉS APARECE CON OREJAS Y CON PELO?
    http://www.alcione.org/00_CASO_SER_METEPEC1.html

    Cap. Alejandro Franz
    director@alcione.org
    (no-lucrativa)

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  5. Que borgeano es.
    Yo soy de Atahualpa y supe vagar mucho por el Prado de adolescente
    de madrugada, en apagones. Recuerdo haber recorrido 19 de abril en apagón total varias veces.
    El arroyo y los Bosques (nocturnos, de día arboledas) lo llenan de misterio y encanto.
    Mi viejo casi siempre vivió en el Prado. Ahora en Belvedere.
    Son barrios impregnados de una melancolía exaltada.

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