martes, 4 de septiembre de 2007

La falacia de Lavoisier y los males del mundo

Pequeña ficción
Reseña mítica del barrio de El Prado
actualmente ubicado en la ciudad de Montevideo


En El Prado, para qué ocultarlo, ha existido en muchas épocas un gran afán de oposición. Es conocida la rivalidad que siempre contrapuso los bailes callejeros de Gaetán a los de Hermanos Ruiz, o la kermesse del colegio de Monjas a la de los padres Salesianos.

Sin embargo, la noche que Tomás Amendizábal argumentó en el café Géminis contra las Leyes de Conservación de Lavoisier, comenzó un período de antagonismos que no tenía precedentes.

Suele citarse a la Sociedad Contra-Lavoisier como el punto de partida de esta época tan agitada en que las disputas ocupaban semanas y hasta meses; pero esto no es del todo cierto. Ni siquiera existió tal agrupación.

En realidad, cuando Amendizábal llegó al café aquella noche, en su rostro se veían los signos de un gran dolor. Por respeto, nadie dijo nada. Esperaron a que él hablara si quería. Pero como no quiso le preguntaron. “¿Qué te pasa Tomás?”, se atrevió a indagar Cándido Marat.

¡Qué absurdo –dijo por fin Amendizábal–, qué absurdo querido Cándido es pensar que nada se pierde, que todo se transforma! Hoy me dejó María Luisa y me han guillotinado la vida, hermano.

Es sabido que el cantinero del café Géminis atendía de mala gana y carecía de la tolerancia que muestran la mayoría de los mozos para que los clientes estén a gusto. Así que nadie se sorprendió cuando le dijo: pero no Tomás, su amor no se perdió, se transformó en amor por otro.

Amendizábal permaneció un instante inmóvil mirando el rostro grasiento del cantinero. Mantenía los labios apretados y no acababa de tragar el buche de ginebra que tenía en la boca. Todos pensaron que iba a escupírselo en la cara.

Por sus ojos transitaron la incredulidad, el fuego de la furia, el velo amargo del dolor, y finalmente quedó instalada en ellos una mirada fría, sin luz, casi una sonrisa helada.

Tragó la ginebra y tiró sobre el mostrador un billete que incluía la propina. Este café es una porquería, dijo. Voy a juntar firmas entre todos los contrarios a que siga abierto, y las voy a llevar a la Municipalidad. Tomó un último trago, y se marchó.

La verdad es que nadie lo siguió y traspasada la puerta se perdió en la bruma de la noche de El Prado, desapareciendo para todos los parroquianos.

Al parecer, Cándido Marat siguió pensando en el asunto. Y asoció de alguna forma ambas ideas: la de una organización opositora, y la de la inexactitud de Lavoisier. Las conjugó con alguna motivación íntima suya, y se le ocurrió fundar la Sociedad Anti-Espíritu Científico.

Aunque el germen inicial del período de oposiciones que se desarrolló entonces, dormía en la idea de Tomás Amendizábal de organizar un movimiento en contra del café Géminis y su cantinero, no se sabe si finalmente lo consiguió. En la profusión de sociedades contra-algo que sobrevino después, es imposible rastrear ninguna. Lo cierto es que el café siguió funcionando, y su cantinero maltratando a los parroquianos. Estos se fueron yendo de a uno, a medida que los desaires los alcanzaban, pero otros nuevos venían a ocupar sus lugares.

La Sociedad Anti-Espíritu Científico se extendió rápidamente. En el caos que dominó El Prado durante aquel tiempo, lleno de conjuras y entredichos, con enfrentamientos y peleas en cada esquina, esta sociedad se transformó en pionera y determinó la conducta de las otras, que la imitaron. Más aún, a medida que esta asociación se extendía por el barrio, los vecinos de los diferentes distritos iban encontrando coraje para organizar su propia agrupación. Las familias de la zona opusieron un pálido reproche contra estos grupos al ver cómo los jóvenes los preferían, desdeñando el seno paterno. Pero estas quejas apenas si se escuchaban entre las turbamultas.

Sin embargo, un efecto singular vino a detener el impulso de estos movimientos; y fue, precisamente, un nuevo antagonismo.

Ocurrió que con el tiempo, el carácter rebelde de las sociedades opositoras se fue atenuando hasta que quedaron establecidas como asociaciones regulares, integradas a la comunidad.

Los miembros de la sociedad Anti-Espíritu Científico –o Anti-Lavoisier, como se la conocía en algunos sectores– sufrieron una fractura interna, y quedaron divididos en dos grupos: aquellos que se congratulaban de que al fin el espíritu de la asociación hubiese prendido en el vecindario y sus principios hubieran sido aceptados; y, opuestos a ellos, los que lamentaban que se hubiera desvirtuado la esencia del movimiento, quedando en el olvido el ánimo subversivo de las sociedades opositoras. Estas facciones se distanciaron con rapidez.

Siguiendo este ejemplo, en poco tiempo todas las agrupaciones comenzaron a escindirse en dos bandos.

Los primeros, que pretendían afianzar el movimiento y sacarlo de la sombra, decidieron cambiar el nombre de la sociedad quitándole el prefijo Anti, por entender que la mantenía encadenada a los conceptos que querían rechazar. Así, por ejemplo, la Sociedad contra los Partidos de Fútbol Vespertinos de la calle Vaz Ferreira, que dependía de esos encuentros deportivos para existir, pasó a llamarse Sociedad Pro-Siestas de la calle Vaz Ferreira.

La asociación Anti-Espíritu Científico, fiel a su condición de líder, fue una de las primeras en cambiar la denominación. Se transformó en la Sociedad Pro-Espiritualidad y Vida Bohemia.

Esta ligereza para cambiar de nombres fue el principal argumento mencionado por Antonio Anchorena-Casas para reforzar sus dichos de que esta corriente de antagonismos era sólo una máscara que escondía a un conjunto de vagos y atorrantes que no querían cumplir sus obligaciones.

Se fundó una sociedad Anti-Antonio Anchorena-Casas. Y, aunque no quería hacerlo, finalmente el propio Antonio fundó una sociedad contraria a sus opositores.

Por otra parte, los sectores que se resistían a la pérdida de connotación revolucionaria a la que llevaba este cambio de nombres, permaneció un tiempo con la antigua denominación. Pero luego pasaron a ser Anti-las nuevas sociedades escindidas.

Se produjeron paradojas tales como que una parte de la Sociedad Anti-Alcoholismo, se escindió en la Asociación Pro-Abstemios, y al mismo tiempo, el resto del grupo original se autodenominó Sociedad Anti-Proabstemios.

Pero ni siquiera estos absurdos detuvieron la intolerancia y la tozudez que se extendían por El Prado. Fue necesario que las Comisiones Pro-Fomento impusieran su autoridad prohibiendo las actividades de estos grupos para que se restableciera el orden en el barrio.

El erudito Racín sostiene que esta férrea intervención se debió al surgimiento de una Agrupación Anti-Comisiones Pro-Fomento, pero sus detractores lo desestiman.

4 comentarios:

  1. Mirá, eso es todo mentira. Te lo digo como integrante de la Comisión Anti-Leyendas de Imposible Comprobación (también conocida como Comisión Pro Verdad Histórica, sigla que no comparto).

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  2. me parece que tu vision es un poco tristona, por que tantos ANTI? sos vos un ANTI? yo te sugiero unos cuantos naihanchi, y recorras in situ EL PRADO, tal vez .....

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  3. Muy bueno, negro, en serio. Seguí publicando así que hay público. Quisiera saber si el estilo doliniano (emparentado al borgeano) es natural o buscado. Y la próxima vez sacame diálogos más lacónicos y crudos; van a quedar mejor. Un hombre de verdad no dice “porquería” en circunstancia tal, creo. Pero pálido reproche, por ejemplo, chapeau como adjetivo.

    Pregunta idiota: nada que ver con el caso Irán-Contras, no?

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  4. En esta casa, sir Arthur, los piropos siempre son bien recibidos. El café Géminis no es precisamente una "porquería", lo admito. Al menos no para Tomás Amendizabal aquella noche.
    Por otro lado, si hay algo que no pasa en este blog es que cualquier cosa no tenga nada que ver con cualquier otra. Ah! Eso sí, las asociaciones van por cuenta del asociador.
    (Pero nos gusta que nos inviten una ronda con ellas.)

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