lunes, 1 de octubre de 2007

El primer año sin ella, y otros dolores de la vida

La quinta estación
Philippe Delerm

«La quinta estación» es una bellísima novela de Philippe Delerm, compuesta en torno al duelo de Monsieur Chatel, profesor en un colegio rural, frente a la muerte de su novia.


El libro toma la forma del diario íntimo del profesor Chatel, escrito durante el año siguiente a la trágica muerte. En realidad es un más de un año: son cinco estaciones. Y en este sentido meteorológico (y no en uno ferroviario) debe leerse el título («La cinquième saison»).


El diario está escrito en segunda persona, dirigida a la fallecida Margarita (nombre que sólo aparece una vez en todo el libro). A través de este monólogo dirigido a su amada, nos enteramos que, a la muerte de ésta, Chatel se mudó a un pequeño pueblo en la campiña francesa, para dar clases en una escuela, e intentar algo, que al comienzo no queda claro si es olvidar, o tratar de retener la memoria de la amada, pero a medida que la lectura se desgrana comprendemos que es sólo una cosa: resistir.


Chatel inicia la escritura del diario en otoño, cuando comienzan las clases, y de la misma forma que las estaciones van modificando el ritmo de vida de los habitantes de Saint-Laurent-des-Bois, una comunidad pequeña y de alguna forma apegada a la tierra, así también el dolor del recuerdo, y de lo que pudo ser y no fue, va mudando en el corazón del narrador.


La prosa de Delerm tiene una relevancia preponderante en toda su obra, y en ésta, su primera creación, ya se perfila en forma nítida toda la precisión implacable de la obra que diez años más tarde le diera fama mundial: «El primer trago de cerveza». Fama que Delerm adquiere con toda justicia, ya que se trata de una pequeña joya de la literatura francesa contemporánea, donde se lleva el precepto de la brevedad y la suculencia de cada frase, al límite. No hay, en la obra de Delerm, una sola oración que parezca sobrar.


“Aquí la lluvia no cae, como en un ambiente a lo Dickens, sobre los dorados de las cervecerías. Se instala en el espacio anegado, y van pasando los días, lancinantes. El cielo apenas avanza y, bajo su apagado gris de lúgubre acero, los habitantes de Saint-Laurent se ocultan, se sumergen en un denso silencio algodonoso para protegerse de la lluvia. Una bruma húmeda asciende del río, alfombra con la noche los campos desiertos.”


He aquí una entrada del diario de Chatel tomada casi al azar. Delerm tiene una capacidad casi única para evocar imágenes y realzar los detalles que dan contenido a los días. Detalles en los que es muy fácil que el lector encuentre cabida y se identifique, porque el autor no nos habla de nada fuera de lo común. Sus personajes son humanos, cercanos. En más de una ocasión Delerm logra pasajes de esplendor dickensiano al retratar escenas sueltas de la vida de pueblo. Por ejemplo cuando habla de la Tía Dubois, dueña de un almacén de provisiones que está decayendo junto con la toda la época de su propietaria.


Chatel vive las cuatro estaciones del año, por primera vez sin su amada. Sufre. Imagina cosas que ignora de ella, de su niñez. Imagina el futuro que hubieran tenido juntos. O no. Porque Delerm deja entrever con sutileza que la pareja era una pareja como cualquier otra, probablemente destinada a los avatares que acosan a todas las parejas. No se trata de una idealización, sino más bien de la necesidad de llenar un vacío, al menos en forma provisoria. Al menos mientras el dolor está vivo, y no es sólo una costumbre. Cuando comienza el segundo otoño sin Margarita, Chatel comprende que ha concluido una etapa de su duelo, y de su vida.


Especialmente gráficos son los pasajes en los que Chatel va a la casa de uno de sus alumnos que no puede seguir acudiendo al colegio, debido a una enfermedad alérgica. El pequeño Sylvain vive junto a una vía de ferrocarril abandonada y entre otras distracciones que estimulan su fantasía, imagina cómo será la vía abandonada más allá de una curva, que es lo más lejos que puede ver desde su ventana. Una mañana Chatel se aventura junto a los rieles. Pasa frente a la ventana de Sylvain, llega hasta la curva donde los árboles impiden ver más allá, y continúa. Camina durante horas, y cuando regresa le parece que el camino es completamente diferente debido a la perspectiva cambiada de las curvas, dice Delerm. Pero en realidad, parece estar diciendo que es imposible saber cómo son las cosas en realidad. No sólo como hubiera sido su vida, sino cómo fue, y cómo es. Un pequeño cambio en el ángulo de visión puede hacer cambiar todo el paisaje.


Más aún, cuando regresa descubre a Sylvain en la ventana y de alguna forma el lector intuye que Chatel se da cuenta de que todo lo que el niño se imagina no tiene nada que ver con lo que él vio; y de la misma forma, sus fantasías y sus monólogos son un solo un ejercicio de la imaginación. A partir de este punto, el discurso de Chatel en su diario cambia. No es tan desgarrado. Es más, cómo decirlo, amargamente juguetón. En definitiva, es un libro breve e intenso, que se lee con placer e invita a la relectura.

14 comentarios:

  1. Buena cosa que no sobren oraciones. Las oraciones que sobran desarman hechizos. Me ha pasado más de una vez.

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  2. Qué tal Rodia? He sufrido algunos percances informáticos y me pareció que era justo volver al blog con una recomendación tan sincera como la lectura de Delerm.

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  3. qué buena reseña!

    otro libro más a la lista de los que tendré que leer...

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  4. Cuando lo hayas leído, pasa por aquí y cuéntanos tu opinión.

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  5. ¿No es un poco audáz elogiar a un autor francés leído en español? Al final, las imágenes sensoriales que aparecen en la traducción son inventadas de nuevo en este idioma, las originales siguen en otra hoja y en otro idioma. Creo que habría que cuestionar la autoría de estos libros, que cuando menos es compartida.

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  6. Hasta qué punto una traducción literaria es fiel al original (hasta qué punto puede incluso llegar a serlo), o hasta qué punto es una obra nueva, son cuestiones muy interesantes y vastas. Como, además, me interesan especialmente, es probable que sea tema de algún futuro post.
    En tanto, conviene tomar la lectura como un acto de fe. Al igual que todo lo demás.

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  7. Que bueno que consideres "casi" todo un acto de fe, podemos decir que la vida misma lo es?

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  8. La traducción tiene algo de la copia en la pintura, creo.

    Basta toparse con una traducción pésima para darse cuenta de cuánto juega el traductor sobre la obra original. Por otro lado, pienso, por ejemplo, en Memorias de Adriano, leído en la traducción de Cortázar y hojeado en el original de Yourcenar, y siento que he ganado al leerlo en español.

    Por lo demás, buena reseña. No lo tenía a Delerm, pero me hizo pensar en Modiano.

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  9. ¿Hay (además de la literatura) otra expresión artística que requiera traducción?
    No se me está ocurriendo.
    Por un lado el descubrimiento me encanalla un poco una disciplina que tanto quiero.
    Y por el anverso me hace dudar si Sokón no estará en lo cierto, y entonces toda traducción sería imposible; un engaño pergeñado para que creamos leer a los literatos foráneos. Una copia de Picasso en la que se ordenan un poco los perfiles para que se entienda más.
    No quiero pensar en estas cosas.
    Shhh. No molestéis a Calíope y sus hermanas.

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  10. en estos casos solo puedo decir: tlön uqbar orbis tertius

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  11. Dice Alejandro Dolina que es el cuento de Borges que prefiere entre todos.

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  12. Cuando leo El extraño idioma de Kampung Sebula de Dolina (de crónicas...) siempre pienso en Tlön....

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  13. yo estoy de acuerdo con dolina, pero "Pierre Menard, autor del Quijote" (que viene muy al caso) y todos los otros cuentos de borges

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