jueves, 6 de diciembre de 2007

Un fantasma cingalés

El fantasma de Anil
Michael Ondaatje

En «El fantasma de Anil» Michael Ondaatje convoca varios recursos que prometen atrapar al lector, y los echa todos a perder. Una joven forense, Anil, es enviada por las Naciones Unidas a Sri Lanka (antigua Ceilán) durante la década de 1980, para constatar si el gobierno de ese país (de donde es oriundo el propio autor) está violando derechos humanos, en el marco de la guerra civil que allí se desarrolla.

En este escenario, que ya de por sí promete mucho, Anil (quien además está regresando a Sri Lanka luego de 15 años en occidente, donde ha estudiado y donde vive), junto a Sarath, un antropólogo designado por el gobierno para asistirla en la investigación, encuentran un esqueleto de fechas recientes enterrado en un yacimiento arqueológico reservado. El resultado de la investigación sobre ese esqueleto (que debe realizarse a espaldas del gobierno cingalés) va a determinar el pronunciamiento de las Naciones Unidas con relación al gobierno de Sri Lanka.

Tenemos entonces: 1) un escenario exótico; 2) la posibilidad de conocer un conflicto que sacudió a una nación durante una década y que en términos de horror es extrapolable a otras regiones del planeta; 3) una investigación en la que se combinan estudios forenses y arqueológicos (al mejor estilo de la serie C.S.I.); 4) un conflicto de intereses internacionales; 5) la forma en que la vida cotidiana puede desarrollarse en un entorno de violencia extrema; 6) un acercamiento a la cultura de la mítica Ceilán.

Sin embargo, Michael Ondaatje se muestra incapaz de dominar todos estos elementos, y la novela que ofrece, tiene más el aspecto de un borrador que de una obra cabal. Al final, no sabemos nada del conflicto, no conocemos nada de Sri Lanka (ni su cultura, ni sus costumbres, ni nada de lo que uno pueda imaginarse); el horror en que viven los habitantes del país es narrado en forma ineficaz y se transmite más como algo intelectual que real, a pesar de la cantidad de mutilaciones y sangrados descritos.

En gran cantidad de escenas, Ondaatje hace descripciones minuciosas hasta el cansancio, de cada movimiento irrelevante de los personajes, de cada elemento contenido en el cuadro, casi como si se estuviera viendo una escena en una pantalla y se quisiera enumerar cada detalle de todo lo que allí aparece.

La intención de sugerir algo a través de estos detalles agotadores e irrelevantes, fracasa. Y en cierta medida Ondaatje es consciente de este fracaso, pues dedica otros extensos pasajes a explicar directamente y sin alusiones el sentido profundo de las acciones de sus personajes.

A esto se suma que ninguno de estos personajes alcanza la entidad necesaria para visualizarlos como seres independientes. Todos parecen fantasmas, convocados para una función, a la cual acuden de mala gana. (Quizás el único que insinúa que podría llegar a ser una persona es Gamini, hermano del arqueólogo que colabora con Anil.)

En un momento cualquiera de la narración, el autor se explaya contando anécdotas sobre la vida de un personaje cualquiera, que además de no ser funcionales a la historia, están relatadas en forma muy aburrida y con la profusión de detalles que se mencionó más arriba.

El colmo de esta situación, es cuando Anil y Sarath van a visitar a un antiguo profesor de arqueología que vive como eremita. Por un lado, este encuentro es irrelevante. Además, el personaje es absolutamente prescindible. Y para peor, luego que pasa la escena en que se encuentra con Anil y Sarath, Ondaatje se extiende contando la vida futura de este personaje, hasta su muerte (todo lo cual también es irrelevante y disfuncional a la trama). Y al decir “para peor” lo hacemos para remarcar la intrusión de Ondaatje en las páginas, que perjudica mucho toda la obra. Pues quién sino el propio autor puede estar contando esos hechos.

En medio de todo este texto supernumerario, la intriga que podía generar la trama se diluye hasta desaparecer en el hastío. Luego de unas cien páginas, al lector poco le importa lo que pase con el resto de la historia. Apenas se alcanza un poco de dramatismo argumental en la escena en que Anil presenta al gobierno de Sri Lanka el resultado de sus investigaciones.

La irrupción de Ondaatje en el texto se da en varias ocasiones. Alcanza cotas difíciles de comprender en un escritor de su experiencia, cuando hace una referencia a cierta oftalmóloga (u odontóloga), llamada C*** que un época trabajó en un hospital y que tenía un título de dudosa procedencia. Llama la atención el uso de tres asteriscos, suponemos que para preservar la identidad de una persona que no guarda relación con la obra y totalmente prescindible, y que hace demasiado evidente la presencia del autor dentro del texto.

En definitiva, da la sensación de que Ondaatje recibió gran cantidad de información de primera mano sobre la situación su expaís, y no supo transformarla en ficción. Tampoco supo mostrar la situación de Sri Lanka, ni política, ni social, ni cultural (quizás temió involucrarse o tomar partido). Más que una novela, parece un bosquejo para un guión cinematográfico. Y ojalá esta obra siga el camino de la taquillera «El paciente inglés», del mismo autor. Pues seguramente, con todo este material, un buen director puede hacer una película bellísima.

2 comentarios:

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