–No, no, no… –decías chasqueando la lengua y sacudiendo la cabeza con el mismo ritmo exacto que las bombas de los pozos petroleros.
Habías vuelto del baño hacía dos minutos, secándote las manos. Yo había visto la silueta curva y sinuosa de un torero flinteando, pintado en un plato dentro de la vitrina que estaba a mi derecha (tu izquierda) y quería convencerte de que cuando llegara Marcus (yo sabía que vendría) lo llamaras de ese modo que hacen ustedes, que uno sabe que lo están llamando aunque no lo hagan, y que cuando llegara a la mesa y fuera a sentarse lo despacháramos. Había una variante en la que, luego de tres minutos cuarenta y cinco, nos levantábamos y lo dejábamos sólo con la adición llena y el platillo de maníes casi vacío.
Pero vos negaste tres veces, divertida, y después no dijiste más. Y yo no sabía si te negabas a hacerle esa verónica a nuestro toro capón, o si te negabas siquiera a llamarle para que se acercara. Si negabas que fuera a venir; o si lo hacías como Pedro.
Manuel se había retirado en algún momento, y yo no sabía a qué sitio; podía haber ido hasta el baño, como estar encerrado en un viaje de ayahuasca. Vos me preguntabas a quienes aludía con ese “ustedes” caracterizado por la ambigüedad en la llamada del pretendiente, y yo, Graciela, yo sabía perfectamente cómo definir ese conjunto, pero no encontraba la forma de decírtelo porque tal vez la palabra putitas tenía para vos un contenido carente del numinoso y fatídico que yo le daba.
–¿Sirenas? –preguntaste, alargando la i.
Y yo supe que tenías razón. Que ni Hemingway hubiera hallado un sustantivo con tanto peso adjetivo. Pero te dije que no, Graciela, que no era exactamente así, y sin querer enrosqué el pie a la pata de la silla, o viceversa, mientras me cegaba la efigie de Ulises atado al mástil de su nave, y escuchaba la risa del Príapo al que en verdad se había fijado, por encima de la bulla del mar.
Era sirena, pero yo te dije que no. Y la risa venía de una mesa más o menos cercana. Y escuché tu voz, como desprendida de mis propios pensamientos que decía, ajena, Pose ta douce tête d’automne sur mes genoux, raconte-moi; qu’il y a un grand navire, Etiénne, tout seul, sur la mer; N’oublie pas de me dire que ses lumières ont froid; et que ses vêtements font rire l’hiver.
Y estoy seguro que algo parecido verseaba el Faqui por los sótanos de La Movida, pero no me asustó la coincidencia. Sal de esa sombra capciosa, que haces reír al invierno con esos trapos de corte, Inglés, puto inglés.
Algunas veces el Faqui me decía “inglés”. –¡Eh!, Inglés, ¿qué se bebe? –No sé por qué. Era una cita de alguien; más de una vez pensé en una forma de camaradería ibérica, porque a Rocío le divertía aquella forma de nominarme. Bien podía ser una broma entre ellos dos, ya que desaparecieron casi al mismo tiempo. Pero casi.
De esa partícula de asimetría me he asido durante largas temporadas. No me ha faltado decirme que el hecho de volver a encontrar al Faqui, tiempo después de la desaparición de Rocío, y que no hubiera escuchado más de ella, liberaba mi espíritu del peso de la traición sufrida.
Una tarde, un alumno hoy innominado, me trajo el manuscrito de una novela sobre la traición. Qué pretencioso, dije. O pensé, y dije que lo iba a leer. Me molestó que me la diera a mí, justo a mí. Y me molestó la sonrisa soberbia y, más que nada, la ironía de la vida.
Después, solo, con un whisky y el manuscrito bajo el haz de la portátil, volví a mirar el título: “Las arenas de Dotán”. A esa hora, custodiado por los ruidos de las habitaciones vacías, la ironía se me antojó simple albur, y la sonrisa soberbia, una mueca de inseguridad.
Leí de un tirón por más de tres horas. Casi acabo con el manuscrito en esa noche. Después no volví a tocarlo, sino para devolvérselo a su dueño; sin haber llegado al final. No lo necesitaba porque ya sabía lo que tenía que aprender allí. La novela estaba plagada de traiciones de todo tipo. Traiciones a otros y a uno mismo. Yo podía vivir para siempre, una vez y otra, ese engaño del cual ni siquiera tenía certeza. O no hacerlo. Decidí que no había habido traición alguna. A lo sumo, una forma de hacer las cosas.
–¿Qué le dijiste al chico? –me preguntaste aunque no sé muy bien qué de todo esto te dije.
–¿Al quién?
–Al del manuscrito –que linda que sos a veces.
–Le indiqué algunas cosas para corregir; que le pusiera un título decente. Y se fue, al tiempo. A trabajar, o molesto, qué sé yo. Y qué me importa.
Más o menos por ahí tu mano quedó cerca y la tomé por asalto. No la quitaste pero frunciste las cejas interrogando y sonriendo. Por supuesto que no te contesté nada. No se da explicaciones a las sirenas cuando se las coge desprevenidas. Sí quitaste, sin embargo, tu boca. Y yo pedí otro whisky y te serví el fondo del vino en tu copa no vacía.
–¿Tenés novio, o algo? – No sé, me respondiste. –¿Él lo sabe? – … (silencio y acomodada de bretel; manoseo de colgante. ¿Insinuante? Todo lo habría sido entonces.)
No te entendí bien lo del museo donde trabajabas. Pero estabas mucho más cerca cuando me dijiste si te iba a ayudar.
–Lo que sea. ¿Hay que matar? –impertérrito. –No es problema, Grace. ¿A quién?
–No hay que matar, tontito –¿era la primera vez que rozabas mi mejilla con la yema de tus dedos? Durante el brevísimo contacto me encantaron imágenes de los lugares por donde esa mano habría estado.
Alguien fue al museo. Te lo encontraste detenido en una muestra sobre los vitrales de las iglesias góticas. Cómo no ibas a interrogarlo si eras una de las responsables de la muestra, aunque tu nombre apareciera disimulado en un rincón del folleto, mezclado con todo un conjunto de párrafos diminutos que mareaba de solo enfocarlo. Y juro que días después, cuando lo vi, no había bebido. No como para marearme, Grace. Y justamente por eso te acercaste, para salir de las sombras que tu jefe echaba sobre ti.
–¿Y qué buscas en un joven apuesto e inteligente, conocedor de mundo, bon vivant, amigo de la belleza y de los ojos almendrados? –me encanta cuando me mirás así. –Yo –aclaré.
–Tú –estabas segura –me vas a ayudar.
–Por supuesto. ¿Cuándo empezamos?
–Me vas a ayudara encontrar a Fulcanelli.
–Sí. Creo, ahora que decís –sé perfectamente lo irresistible que es ese acento rioplatense, recuerdo que pensé –creo que lo vi esta mañana en el desayuno. Deberíamos ir a mi hotel y empezar por ahí –sí, hice ese gesto imperceptible, Grace.
–No seas ganso –mmh –y haceme el favor de no hablar como porteño –y no te hice notar que “haceme” no es la forma correcta del imperativo, y que es una forma porteña, según tu decir, cara Grace –no es porteño, es río platense. Y me extraña, me extraña, grandemente me extraña que una lamia cordobesa, algo moruna y un poco ibera no conozca las aguas arriba de este río helado –sí, el Faqui,y sí, también hice ese gesto.
–Mirame, no sé qué dices, borracho como estás –¡no! ¡no! ¡no apartes de mí ese cáliz! –pero no voy a lamer nada ni a tomar agua de ningún río; y Montevideo –la primera “i” se alargó en tu boca un poquitín más de lo normal, ¿énfasis gentilico o excusa para poner la boquita así? esto creo que te lo dije –no seas tarado, y Montevideo es un puerto. Y vos sos un porteño. De los peores que he conocido –esto fue un piropo. Bajaste la voz. Acercaste tu alegre figura. Levantaste el mentón. Sentí una exhalación alcohólica, tibia e impúdica. –Ahora ¿me vas a ayudar?
su texto, z, me deja mas interrogantes que certezas y debere volver sobre el en la medida de mis dudas y posibilidades.
ResponderEliminarPor el momento me parece un texto que parece ser parte de un texto mas grande, aunque si fuera solamente eso estaria bien tambien (quiza mejor).
Existen ciertas formas de despistar muy interesantes, no precisamente trampas sino momentos completamente inesperados que actuan de curiosos desvios. Y al final no se bien desde donde empece ni donde termine.
muy interesante el uso de la segunda persona.
ahora, hay algo en lo que seria el protagonista que no me cae bien del todo (esto es personal) no se, eso de que se ponga a leer el texto de un "alumno" como si fuera el responsable de un taller literario...
para mi la escritura es la unica tarea que solo puede ser autodidacta.
Esto a grandes rasgos y lamento la falta de tildes
Sí, astllr, ya vi que anda por tierras hiperbóreas, poco más poco menos. Allí los tildes escasean.
ResponderEliminarEste texto es fragmentario, como usted bien intuye. Despojado, como está, de su contexto, se acentúa un poco su rara densidad. Es como una escena en el trailer de una película.
No coincido con usted en que la escritura sólo sea autodidacta. Todas las disciplinas tienen una parte autodidacta y una parte que se recibe de sus mayores en forma directa. La guía del maestro evita al aprendiz -no me circunscribo a la escritura- grandes circunvalaciones, caminos ciegos, derroteros menesterosos; señalándole las rutas principales para llegar destino.
El exceso del maestro, clona. Produce una esterilidad maquillada de creación, que no puede sobrevivir las asperezas del mundo.
Mi recomendación es que el aspirante sea autodidacta. Luego escoga un maestro y le tenga fe ciega. Luego elija otro y le tenga menos fe, pero lo acepte y respete. Y luego, que sea autodidacta.
Y esto se aplica para toda disciplina (supongo que podemos exceptuar la medicina).
Que tenga buen viaje, y recuerde, ya que es usted un urbanista aplicado, que si anda cerca, el 6 de febrero a las 7:00 pm en el Municipal Building Courtroom,77 Summerhill Road, se presentará el proyecto de remodelación del Mundy Avenue Park.
Aún no he decidido si me gusta "Lo que sea que precises", voy a leerlo otra vez. El carácter de "fragmentario" me ocasiona alguna dificultad.
ResponderEliminarNo obstante fue agradable encontrarme con detalles como el acento cordobés, marcado una y otra vez. Y no Zeta, no es énfasis gentilicio, nos gusta sonreir a las palabras, acariciarlas un ratito antes de partir.
Usted sabe, al "verbo" hay que tratarlo con cuidado, fue en un principio y todavía, aunque bastardeado, es.
Me alegran tus dudas. Porque, es cierto, al verbo hay que cuidarlo.
ResponderEliminarPero el verbo necesita ser creado, sí, incluso él también, como el mejor. Cada tanto hay que crearlo. Buscar rabínicas permutaciones que parezcan viejas pero sean otras.
Y salpica para todos lados, mancha, ¿viste? (Y el verbo recién creado, además, no vende.) Pero es lindo que cada tanto se intente.
Me alegran mucho tus dudas. Veo, además, que has elegido incluirte en el grupo de las sirenas.
Oficio encantador el de sirena. Recuerde que su arma más terrible no es el canto, es el silencio.
ResponderEliminarNo volveré a olvidarlo, Susana (aunque hubiera jurado que esa era una cualidad de las Musas).
ResponderEliminarOlvidé mencionar, Astllr, que el oficio de escribir es en extremo solitario. Eso puede reforzar la idea de que sólo puede conquistarse escarbando en uno mismo (lo cual también es cierto).
Solitario no solo porque el escritor debe encerrarse en sí mismo para crear, sino también por la constante falta de certeza de que un texto está listo. De que es eficaz.
Tan solitario como el de maratonista, imagino (a propósito, recuerdo ahora The lonelyness of the long distance runner; buen tema).
Hola Zeta. Soy Caro. Aqui ando viajando por tu blog. La verdad es que tienes textos muy interesantes. ¿Has publicado libros? Sería interesante poder leerlos. El otro dia te envíe otro comentario pero no me resondiste. Bueno no te molesto más y sigo navegando por tus letras.
ResponderEliminarSaludos desde Andalucía!
¡Caro! Mi guía favorita del musée d'Orsay. Gracias, gracias, mujer.
ResponderEliminarPor el momento, no llegan hasta España. Será cuestión de fe, y de esperar.
Pues en cuanto lleguen yo quiero ser la primera en leerls, vale? Perdona pero no te escribo mas que no te quiero molestar. Chao!
ResponderEliminarKafka nos habla de ese silencio en "El Silencio de las Sirenas":
ResponderEliminar"En efecto, las terribles seductoras no cantaron cuando pasó Ulises; tal vez porque creyeron que a aquel enemigo sólo podía herirlo el silencio, tal vez porque el espectáculo de felicidad en el rostro de Ulises, quien sólo pensaba en ceras y cadenas, les hizo olvidar toda canción."
Por cierto, muy buen tema y un pequeñito error de ortografía "Loneliness... " y pequeñito placer señalarlo, verá usted.
creo que si existe un maestro en la escritura proviene mas que nada de nuestra adscripcion puramente involuntaria, inevitable. Quiero decir que, en la escritura, el alumno elige a un maestro pero el maestro ni siquiera logra enterarse, nunca va a conocerlo. Esta es la unica garantia para alcanzar el aprendizaje verdadero, que es aquel que depende mucho mas del discipulo que del maestro. La presencia fisica de un maestro escritor elimina toda posibilidad de crear nuestras propias herramientas, y la eficacia del texto, como ud. la nombra, depende casi exclusivamente de la eficacia en la invencion de nuestras herramientas. Esta invencion es demasiado intima incluso como para ser consciente para el propio estudiante, porque el unico material del escritor es el pensamiento con todas sus vueltas. Entonces un maestro puede ser alguien con quien mantenemos una conversacion iluminadora quiza absolutamente trivial, y este puede ser el kiosquero, una tia vieja, un perro, que nos ilumina no necesariamente por lo que creemos que piensa en esa conversacion sino que nos ilumina tambien en nuestro proceso, en nuestra accion de expresar un pensamiento que quiza poco haya tenido que ver con ese encuentro como tal.
ResponderEliminarGracias por el dato, pero aunque es muy cerca de aca no tengo auto, y aqui casi no existe el transporte publico.
( ) Ninguna historia tiene final feliz, cherri. Es sólo cuestión de esperar lo suficiente.
ResponderEliminarEs una verdad amarga, y hasta puede que no sea una verdad.( )
Usted sabe que no es verdad, solo no se tape los oídos, ni se encadene a ningún mástil, escuche a su sirena y deje que lo devore… que mas da si de eso se trata el amor.
India
Asti, vos perdoname pero si lográs que te ilumine un perro, o incluso el kioskero, que a los efectos es exactamente lo mismo, debés escribir como un perro. Para nada estoy de acuerdo con esa pseudofilosofía posmoderna que nos pone a todos en pie de igualdad ante la vida y la inspiración, cuando la realidad es muy clara al respecto y te demuestra que los seres superiores existimos. Cualquiera puede ser un maestro, pero no cualquiera es un buen maestro. En mi opinión el maestro de Zeta es el ideal a seguir.
ResponderEliminarYo no lo expresaría así, Candelaria; tampoco estoy en contra de esa pseudofilosfía que nos pone a todos en pie de igualdad ante la vida y la inspiración. Reconozco, cosa por demás evidentísima, que no estamos todos en pie de igualdad. Pero es bueno que todos tengamos la posibilidad de intentarlo (yo me beneficio de ello). Después, el destino hablará. Y cuando lo haga, todas nuestras palabras serán de segundo orden.
ResponderEliminarEntiendo lo que dice Astll y coincido con él en que hay intercambios estimulantes. Y que los podemos encontrar en lugares extraños.
Es cierto, no todos los maestros son buenos maestros (y son ciertas algunas cosas que has dicho sobre las dioxinas).
Un buen maestro no da preceptos, conversa con su alumno.
India, usted es bienvenida, venga cuando quiera y sírvase lo que precise.
z, obviamente existen relaciones de maestro-alumno en muchos ordenes de la vida, pero justamente en la escritura es donde mas tengo mis dudas. Es como si alguien me diera una linterna prestada para mirar adentro del cerebro. Y un escritor debe nacer con esa linterna, esa linterna es parte de su mismo lenguaje. En todo caso si existe ese maestro entonces puede llevarnos a entender cosas mucho mas importantes que la escritura, y ahi si, el tipo puede salir buen escritor o buen pintor o buen tipo o cualquier otra buena cosa.
ResponderEliminar¡Ajá! Me preguntaba si no falto historia
ResponderEliminarLo que sabemos es una gota de agua, pero creo que ignoramos el océano.
Me gustaría que la continuaras.
Un Beso.
Esa es la proporción, Reggis. Sólo una gota.
ResponderEliminarPero recuerda el aleph de Borges, no mucho mayor, y sin embargo capaz de reflejar el universo.
Sobre lo fragmentario también se habló en los comments a la anterior entrevista de Sócrates Muniz. Algo sobre los puzzles, creo.
Nada más cierto que es, finalmente, el destino, quién hablará, Zeta. Pero también es cierto que mientras el destino no habla, son nuestras palabras las únicas que importan. Y quién te dice, tal vez esas mismas palabras son las que hacen hablar al destino.
ResponderEliminarPor otra parte, no se si es tan bueno que todos tengan las mismas oportunidades. Por qué te parece que todos deberían tenerlas?
Y la verdad es que no me refería a esa definición de buen maestro, conversando también se pueden dar preceptos. Incluso puede ser mucho peor, porque el alumno ni siquiera lo nota. Para mi un buen maestro es el maestro de tu historia. No el de tu definición.
En la escritura también se necesitan maestros, Asti. Pero buenos maestros. Yo encontré muy buenos maestros en la Facultad de Filosofía y Letras. Gracias a mis estudios es que aprendí a escribir. En otros tiempos, cuando los escritores importantes eran menos de 100, cualquiera podía llegar a ser escritor. Hoy es necesario acceder a un conocimiento sistematizado que te permita una interpretación más compleja del mundo literario. Por eso creo que un buen escritor debe tener estudios universitarios. De lo contrario, difícilmente logre llegar a ser un buen escritor.
Vos podés encontrar inspiración en los lugares y las personas más insólitas, pero no vas a encontrar buenos maestros abajo de las piedras.
Gracias Zeta
ResponderEliminarIndia
Ahhhhhhhhhhhhhhhhhhhh!!!!!!!!!!!!!!.............................
ResponderEliminarNi hablar, me quedare con las ganas.
Querido Zeta:
ResponderEliminarEse texto me parece conocido,
es muy bueno.
Gracias por pasar por mi blog
y espero que lo realmente perturbante sea la evolución o involución en la sexualidad de los seres humanos, porque el ensayo de cambios de roles lo realice por mi interés hacia la sociedad y siento que estos cambios muchas veces no han sido para mejores.
muchas gracias por tus elogios
Marianela Muñoz
Te invitamos a conocernos. Somos un par de tipos dedicados a defender la vida y obra de un escritor peruano fracasado. Estamos en http://ferrantekramer.blogspot.com/. Date una vuelta, y quizás te rías un rato con sus patéticas historias.
ResponderEliminarPatricio
Texto raro este che!! Tiene pasajes divertidos y otros un poco confusos. Supongo que tan confusos como una propia borrachera.
ResponderEliminarBesos
Sil