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Los bares de divorciadas apestan. No sería un problema si estuviera anunciado con claridad junto al nombre, pero no pasa. Y así, un servidor se encuentra sentado a la barra, tomando su preferidísima cerveza con un shot de Jack Daniel's, y soportando todo tipo de miradas mucilaginosas, de las criaturas más pintarrajeadas de la nuit. Sonrisas dibujadas con pulso desesperado, putas matriarcales, matronas devueltas al ruedo mucho después de su tiempo, tetas sujetadas. Sordidez de la peor. Ni siquiera me da náuseas, me aburro; simplemente. Y me vacío de todo. Me empino un trago larguísimo y el vaso de Jack tintinea en el fondo de la jarra de un modo raro, que no debería ser. De qué mierda te reirás, pienso sin mirar a la divorciada. Llamo a casa y escucho en la contestadora un mensaje viejo. Lo vuelvo a escuchar y ya voy a apretar el tres en el teclado, para borrarlo, cuando entra caminando hacia mí. Creo que un poco de la cerveza se me escapa de la boca. me seco con la mano y digo ¿es ella, no? Miro a una divorciada como preguntándole y la turra se sonríe y tuerce para otro lado la mirada de foca fofa que tiene. Pero es, sí. Y viene caminando hacia mis coordenadas. Con lo que me convenzo: es Salma Hayek igualita igualita a como está en el Titty Twister, con serpiente y todo enroscada por todas partes. (Por todas partes dije, sí.) Y no me acordé qué pasaba en la escena siguiente. O sí, me acordé pero no me importó un carajo. Porque Salma seguía caminando. Las cosas que imaginé en ese momento fueron muy raras. Me pareció que la música del local cantaba algo similar a after the dark. La serpiente blanca, lechosa, se enroscó en el cuello de Salma y desde allí me miraba. Esa noche, cualquiera podría haber sido mi víctima; y, sin embargo, supe que la presa iba a ser yo. Y como era irreversible, lo acepté. Dejé la jarra sobre la madera, en medio de un charquito de agua, y me incliné un poco hacia adelante para recibir el abrazo, pero ella pasó de largo y siguió caminando hacia el fondo del local. Y después que pasó, mientras la veía alejarse, tuve la redonda confirmación de que era ella. La serpiente me seguía mirando, ahora por encima de su hombro. Me echó la lengua. La gorda se rió, y estuve seguro de que también ella era un vampiro. Pero lo que no entendía era por qué no impostaba como hacen ellos. Los vampiros sórdidos me desconciertan. Los elegantes me dan pena. Y Salma, bueno Salma. Supongo que la habré seguido cuando salió por una puerta que había en la pared del fondo, y que así llegué al parque. No sé por qué corría y no sé cómo no la alcanzaba, e ignoro qué era el extraño borboteo que salía de mi garganta. Volví a escuchar el tintineo del vaso en el fondo de la jarra y la vi parada junto a mí; había algo en el piso, un cuerpo blanco sin rostro que aullaba y se retorcía. Salma me miró y me dijo algo. Los miembros blandos y planos seguían frenéticos bajo mi peso; blancos y sin fuerza. Mi visión estuvo a punto de hacerse negra como una noche cerrada, salvo por un pequeño círculo de luz; como si la luna fuera un foco que sólo iluminaba la blandura sin rostro que se agitaba en el pasto. Pero algo ocurrió en la mirada de la criatura repugnante que estaba parada a mi lado. Los ojos de Salma se abrieron, sintió terror. Entonces me di cuenta que había alguien más. Otra mujer. Una mujer de verdad, de pie frente a nosotros. Una mujer como jamas había visto otra. Pálida y con larga melena azul oscuro. Miró a Salma y le sonrió. Las alas negras que se adivinaban por encima de los hombros de la mujer, se agitaron apenas y el vampiro huyó en medio de un remolino histérico, dejando solo un excremento pestilente sobre el césped. A la mancha blanca le nació un rostro. Y la vi alejarse corriendo y llorando. La mujer me sonrió ahora a mí, y a la distancia sentí su beso húmedo y caliente.

Y entonces me di cuenta que estaba a punto de apretar el tres. Guardé el teléfono. La matrona ya no estaba; terminé la cerveza y pedí otra. Cuando salí pude comprobarlo: había luna; sentí la mirada de Salma escondida entre las sombras; sentí el temor que yo le inspiraba. Y no pude contener una carcajada; casi un aullido en la noche.