Era hermoso sentir su cercanía, saberla allí. Oír sus latidos y casi escuchar el fluir de la sangre por sus venas. Sentir su olor tan especial. Ése que se mezcla con el perfume; el que esta impreso en su memoria y sólo existe en su compañía; el de su piel. Y que apenas podía distinguir del sabor de sus labios. Era hermoso, sí, saber que estaba allí con él. Era hermoso sentir su sangre, su propia sangre fluir, correr hasta el borde mismo de la piel estremeciendo su vello con cada primer roce de sus cuerpos. Podría morir entre sus brazos. Moría entre sus brazos cada vez que la estrechaba contra su piel.
Y los susurros al oído. Esas palabras de miel que se mezclaban con el viento silbando por debajo de la ventana. Cuántas veces su cabello negro jugó sensual entre sus dedos. Cuántas veces esos dedos la exploraron recorriendo cada pliegue de su cuerpo. Conociéndolo. Recordándolo. Cuántas veces. Y nunca eran suficientes. Siempre la amaba más. Le encantaba perderse en su mirada. Mirar desde sus ojos la profundidad de su alma de mujer, niña a veces. Niña cuando debía serlo. Su alma oculta que espiaba inocente tras esa sonrisa inconclusa y refrescante.
¡Y la hora de despedirse! Jamás había conseguido habituarse a dejarla, a separarse de su lado por tanto tiempo, aún sabiendo que la vería al día siguiente. ¡El día siguiente! ¿Era eso poco tiempo? Qué difícil le resultaba. A medida que se alejaba de su calle, el aire se tornaba más áspero, se disipaba la atmósfera de magia arcana que parecía llenar y contener el espacio que abrigaba sus encuentros; que parecía separarlos de la cotidianeidad llana y previsible. ¡Qué difícil le resultaba esperar el reencuentro! Aguardar esos momentos sin duración en que volvería a tenerla entre sus brazos y nada más existiría; en que su mente reposaría inmóvil y su cuerpo se entregaría a la tranquila paz de estar allí, ignorando el por qué sin preguntárselo, pero sabiendo que sólo se debía a ella. ¡Esperar hasta el día siguiente! Contar los minutos hasta el reencuentro. Dibujar su rostro en la oscura soledad de su habitación viendo a través de los párpados cerrados arremolinarse recuerdos en el aire negro para dar luz a su rostro. Inventar su voz haciéndole cosquillas en los oídos. Qué difícil no tenerla cerca.
Pero ¿por qué pensar en eso ahora? Justo ahora que iba a su encuentro. Media hora lo separaba de ella. ¡Treinta minutos! Sonrió. Sonrió riéndose de su impaciencia. Media hora no era tanto tiempo. Pero se sentía extraño. ¿Por qué el viejo le habría dicho aquello? ¿Y quién sería ése, que sin motivo se acercó para hablarle tan extrañas palabras? Era viejo. Sus ojos lo decían; sus ojos, que brillaban de una forma especial, decían muchas cosas. Cosas que él no había podido comprender. Y miraba a través de ellos como contemplando viejos latines iluminados, intuyendo en el trazo de cada letra misterios escondidos, secretos indecibles sabiamente alejados de los ojos impíos, mas que le atañían a él y le tocaban muy de cerca. No pudo comprender aquellas frases. ¿De dónde sacaría el viejo una historia tan extraña? ¿Por qué tenían sus palabras una hálito de veracidad indefinible? Y, ¿cómo consiguió inquietarle con palabras tan absurdas? Seguramente estaba desquiciado; su razón no habría podido sostener la cordura frente a los embistes de frías noches a la intemperie, mendrugos descompuestos por cena y almuerzo y único alimento, soledad, alcoholes baratos... Sin duda era un viejo loco, condenado a vivir en su mundo de fantasías...
Del viejo pasó a las miles de almas que vivirían en las calles de la ciudad. Todos iguales, grises y desgreñados, oscuros e inofensivos con sus largas gabardinas manchadas de mil noches, rostros de labios que descansan retraídos sobre las encías cubiertas por una baba musgosa, dedos torvos y sarmentosos de negras uñas, sucias quizás por hurgar entre desechos, quizás por rascar su negra piel. Y sobre todo, ojos perdidos que no consiguen despertar temor en los transeúntes que como él se los cruzan, los observan sin detenerse, y los olvidan diez metros después.
Aquel viejo, sin embargo, estaba más allá del estereotipo que se dibujaba en su mente; no conseguía evitar sus palabras recurrentes irrumpiendo en todos sus pensamientos como una caricia helada, como el dorso de una navaja.
Le dijo que lo conocía. De mucho tiempo atrás. Muchísimo. Tanto que él, no podría recordarlo y de hecho no lo recordaba. El viejo insistía en que ellos dos eran antiguos conocidos; que en más de una ocasión se habían encontrado. Que en más de una vida, sus caminos se habían cruzado. ¡Qué ridículo! Mas, no supo por qué. En realidad, sabía que era posible. No resultaba tan extraña la eventual existencia de sucesivas vidas terrenales. Mucho más que la simple adición de sus partes es el ser humano. Sinergia que trasciende la forma. ¿Cuánta energía duerme en la exacta organización de tan precisa cantidad de materia? ¿No podría esa energía encontrar el camino de la supervivencia? ¿Residiría allí, acaso, la esencia del espíritu? ¿Sería posible que el viejo recordara sus existencias pasadas? ¿Que lo recordara a él? Y realmente le inquietaban las palabras que le dirigió por despedida; esa promesa de que volverían a encontrarse; cuando fuera el momento; cuando él recordara.
Bajó del tren olvidándose de la historia; apurando el paso para encontrar cuanto antes a su amada. Y ella estaba allí. Hermosa como siempre. Y como siempre, corrió a abrirle la reja. Y le abrazó; le besó; y mientras esto hacía, una imagen, un relámpago invadió sus pensamientos: ella, vestida de blanco frente a él.
Abrió los ojos y todo era normal. Ella estaba allí, besándole; con su suéter negro, y seguramente sus jeans negros, y su pelo negro. Entraron en la casa y le ofreció un whisky. Allí estaba de espaldas, sirviendo los vasos. ¡Qué hermosa era! Adivinaba su cuerpo debajo de las ropas. Su piel tibia, húmeda. Recordaba la felicidad de las noches junto a ella; abrazados; dormidos. Su hermoso rostro contra su pecho. Y otro relámpago de imágenes veló sus ojos. Y otra vez la vio, de blanco frente a él. De blanco, vestida en traje de bodas. Un traje muy antiguo y decorado; pero era ella; y le miraba, con ojos nerviosos y anhelantes. Asustada.
La visión duró apenas un segundo. Luego, ella estaba allí, con un vaso en cada mano, caminando hacia él. Como si nada hubiese ocurrido. Y seguramente nada había ocurrido. Sin contar que su mente, algo excitada, le estaba reclamando un descanso.
Bien sabía él, que ése era el mejor descanso. Ella sentada a su lado; su mano sobre la de su amada, y ambas sobre su regazo. Ambos en silencio; estando. Sólo estando. Y la calidez de los segundos tragos entibiando su alma, desde el estómago. Cerrar los ojos bajo el peso de los párpados. Presenciar dócilmente cómo su ser era invadido por esos dos espíritus; el que duerme en el roble por largos años húmedos y salobres, y, principalmente, por el que vive en sus sueños; el que podía sentir ahí, a su lado. El espíritu de buzo negro y pelo negro, y labios fresa.
Pero otra vez las imágenes. Ella de blanco, frente a él. Mirándolo. Dudando. Un cuadro en la pared, un militar; un rostro indefiniblemente familiar. Ella acercándose. Sus labios demasiado cerca.
La tibieza de sus labios lo devolvió, casi sin transición, al sillón del living, al whisky; a su amada. Sus bocas juntas, buscando cada una el sabor de la otra, explorándola. Sintió los dedos recorriendo el hueco de su espina, sintió su sangre fluir hasta la piel. Buscó, sin abrir los ojos, el interruptor de la lámpara, que se apagó por fin.
Lentamente, disfrutando cada movimiento, cada pulgada de piel conquistada, comenzó a desabrocharle la blusa por debajo del suéter negro, mientras ella jugaba con la hebilla de su cinturón y bajaba la cremallera de sus pantalones. Y sintió cómo ella también conquistaba, poco a poco, suavemente, su piel.
La presión sobre sus labios aumentó, y abrió los ojos. Y allí estaba; de blanco frente a él. Besándole. Besándole con tanta pasión como si fuera la última vez. O la primera. Una puerta a sus espaldas se abrió con violencia y no se atrevió a mirar. Apretó los párpados con fuerza, y debe haberla mordido, pues fue su protesta lo que lo devolvió a la oscuridad del living.
Aquella negrura, era entonces agobiante. ¿Dónde estaba el interruptor? Por fin la luz se encendió. Ella estaba junto a él, con el vaso, ahora, en sus manos. Cogió también el suyo. ¿Qué estaba ocurriendo? ¿Acaso la razón se le escapaba? ¿Qué visiones eran aquellas? ¿De dónde provenían?
La luz lo tranquilizó un poco. La expresión en el rostro de ella, era de desconcierto; en el suyo, de confusión; tremenda confusión, y temor. Se levantó de su lado, con su buzo negro, y se alejó un poco del sofá. Él se quedó allí, mirando su espalda, sin mirarla; su mente perdida en lo que le estaba ocurriendo. ¿Qué sucedía? ¿Por qué enloquecía en forma irremediable, viendo escurrirse así su razón segundo tras segundo sin poder evitarlo?
Ella se volvió, y la vio, de blanco frente a él. La puerta que se había abierto, a sus espaldas. Sentía la presencia, la mirada detrás de sí. Por fin se volvió. Un rostro pálido. Un traje de gala de la guardia real. Un rostro familiar, el mismo del cuadro. Y una mirada que reconoció de inmediato. Que reconoció con terror. Los ojos del viejo desquiciado, en otro rostro. Los ojos de quien debía casarse con ella ese mismo día. Desenfundó el sable con furia y se abalanzó sobre él.
Todo cuanto pudo hacer fue cerrar sus ojos, y al abrirlos estaba de vuelta en el living. Su amada frente a él, de espaldas. Había recordado. Se levantó lentamente y la estrechó contra sí en un abrazo infinito. La besó con pasión, tratando de atrapar el sabor de sus besos, como para poder conservarlo por un largo tiempo, y salió a la calle.
Allí estaba el viejo. Con el sable en su diestra. Parado en medio de la calzada, con sus ojos de militar en traje de gala, y en el living, su amada, de negro, detrás suyo.
Y los susurros al oído. Esas palabras de miel que se mezclaban con el viento silbando por debajo de la ventana. Cuántas veces su cabello negro jugó sensual entre sus dedos. Cuántas veces esos dedos la exploraron recorriendo cada pliegue de su cuerpo. Conociéndolo. Recordándolo. Cuántas veces. Y nunca eran suficientes. Siempre la amaba más. Le encantaba perderse en su mirada. Mirar desde sus ojos la profundidad de su alma de mujer, niña a veces. Niña cuando debía serlo. Su alma oculta que espiaba inocente tras esa sonrisa inconclusa y refrescante.
¡Y la hora de despedirse! Jamás había conseguido habituarse a dejarla, a separarse de su lado por tanto tiempo, aún sabiendo que la vería al día siguiente. ¡El día siguiente! ¿Era eso poco tiempo? Qué difícil le resultaba. A medida que se alejaba de su calle, el aire se tornaba más áspero, se disipaba la atmósfera de magia arcana que parecía llenar y contener el espacio que abrigaba sus encuentros; que parecía separarlos de la cotidianeidad llana y previsible. ¡Qué difícil le resultaba esperar el reencuentro! Aguardar esos momentos sin duración en que volvería a tenerla entre sus brazos y nada más existiría; en que su mente reposaría inmóvil y su cuerpo se entregaría a la tranquila paz de estar allí, ignorando el por qué sin preguntárselo, pero sabiendo que sólo se debía a ella. ¡Esperar hasta el día siguiente! Contar los minutos hasta el reencuentro. Dibujar su rostro en la oscura soledad de su habitación viendo a través de los párpados cerrados arremolinarse recuerdos en el aire negro para dar luz a su rostro. Inventar su voz haciéndole cosquillas en los oídos. Qué difícil no tenerla cerca.
Pero ¿por qué pensar en eso ahora? Justo ahora que iba a su encuentro. Media hora lo separaba de ella. ¡Treinta minutos! Sonrió. Sonrió riéndose de su impaciencia. Media hora no era tanto tiempo. Pero se sentía extraño. ¿Por qué el viejo le habría dicho aquello? ¿Y quién sería ése, que sin motivo se acercó para hablarle tan extrañas palabras? Era viejo. Sus ojos lo decían; sus ojos, que brillaban de una forma especial, decían muchas cosas. Cosas que él no había podido comprender. Y miraba a través de ellos como contemplando viejos latines iluminados, intuyendo en el trazo de cada letra misterios escondidos, secretos indecibles sabiamente alejados de los ojos impíos, mas que le atañían a él y le tocaban muy de cerca. No pudo comprender aquellas frases. ¿De dónde sacaría el viejo una historia tan extraña? ¿Por qué tenían sus palabras una hálito de veracidad indefinible? Y, ¿cómo consiguió inquietarle con palabras tan absurdas? Seguramente estaba desquiciado; su razón no habría podido sostener la cordura frente a los embistes de frías noches a la intemperie, mendrugos descompuestos por cena y almuerzo y único alimento, soledad, alcoholes baratos... Sin duda era un viejo loco, condenado a vivir en su mundo de fantasías...
Del viejo pasó a las miles de almas que vivirían en las calles de la ciudad. Todos iguales, grises y desgreñados, oscuros e inofensivos con sus largas gabardinas manchadas de mil noches, rostros de labios que descansan retraídos sobre las encías cubiertas por una baba musgosa, dedos torvos y sarmentosos de negras uñas, sucias quizás por hurgar entre desechos, quizás por rascar su negra piel. Y sobre todo, ojos perdidos que no consiguen despertar temor en los transeúntes que como él se los cruzan, los observan sin detenerse, y los olvidan diez metros después.
Aquel viejo, sin embargo, estaba más allá del estereotipo que se dibujaba en su mente; no conseguía evitar sus palabras recurrentes irrumpiendo en todos sus pensamientos como una caricia helada, como el dorso de una navaja.
Le dijo que lo conocía. De mucho tiempo atrás. Muchísimo. Tanto que él, no podría recordarlo y de hecho no lo recordaba. El viejo insistía en que ellos dos eran antiguos conocidos; que en más de una ocasión se habían encontrado. Que en más de una vida, sus caminos se habían cruzado. ¡Qué ridículo! Mas, no supo por qué. En realidad, sabía que era posible. No resultaba tan extraña la eventual existencia de sucesivas vidas terrenales. Mucho más que la simple adición de sus partes es el ser humano. Sinergia que trasciende la forma. ¿Cuánta energía duerme en la exacta organización de tan precisa cantidad de materia? ¿No podría esa energía encontrar el camino de la supervivencia? ¿Residiría allí, acaso, la esencia del espíritu? ¿Sería posible que el viejo recordara sus existencias pasadas? ¿Que lo recordara a él? Y realmente le inquietaban las palabras que le dirigió por despedida; esa promesa de que volverían a encontrarse; cuando fuera el momento; cuando él recordara.
Bajó del tren olvidándose de la historia; apurando el paso para encontrar cuanto antes a su amada. Y ella estaba allí. Hermosa como siempre. Y como siempre, corrió a abrirle la reja. Y le abrazó; le besó; y mientras esto hacía, una imagen, un relámpago invadió sus pensamientos: ella, vestida de blanco frente a él.
Abrió los ojos y todo era normal. Ella estaba allí, besándole; con su suéter negro, y seguramente sus jeans negros, y su pelo negro. Entraron en la casa y le ofreció un whisky. Allí estaba de espaldas, sirviendo los vasos. ¡Qué hermosa era! Adivinaba su cuerpo debajo de las ropas. Su piel tibia, húmeda. Recordaba la felicidad de las noches junto a ella; abrazados; dormidos. Su hermoso rostro contra su pecho. Y otro relámpago de imágenes veló sus ojos. Y otra vez la vio, de blanco frente a él. De blanco, vestida en traje de bodas. Un traje muy antiguo y decorado; pero era ella; y le miraba, con ojos nerviosos y anhelantes. Asustada.
La visión duró apenas un segundo. Luego, ella estaba allí, con un vaso en cada mano, caminando hacia él. Como si nada hubiese ocurrido. Y seguramente nada había ocurrido. Sin contar que su mente, algo excitada, le estaba reclamando un descanso.
Bien sabía él, que ése era el mejor descanso. Ella sentada a su lado; su mano sobre la de su amada, y ambas sobre su regazo. Ambos en silencio; estando. Sólo estando. Y la calidez de los segundos tragos entibiando su alma, desde el estómago. Cerrar los ojos bajo el peso de los párpados. Presenciar dócilmente cómo su ser era invadido por esos dos espíritus; el que duerme en el roble por largos años húmedos y salobres, y, principalmente, por el que vive en sus sueños; el que podía sentir ahí, a su lado. El espíritu de buzo negro y pelo negro, y labios fresa.
Pero otra vez las imágenes. Ella de blanco, frente a él. Mirándolo. Dudando. Un cuadro en la pared, un militar; un rostro indefiniblemente familiar. Ella acercándose. Sus labios demasiado cerca.
La tibieza de sus labios lo devolvió, casi sin transición, al sillón del living, al whisky; a su amada. Sus bocas juntas, buscando cada una el sabor de la otra, explorándola. Sintió los dedos recorriendo el hueco de su espina, sintió su sangre fluir hasta la piel. Buscó, sin abrir los ojos, el interruptor de la lámpara, que se apagó por fin.
Lentamente, disfrutando cada movimiento, cada pulgada de piel conquistada, comenzó a desabrocharle la blusa por debajo del suéter negro, mientras ella jugaba con la hebilla de su cinturón y bajaba la cremallera de sus pantalones. Y sintió cómo ella también conquistaba, poco a poco, suavemente, su piel.
La presión sobre sus labios aumentó, y abrió los ojos. Y allí estaba; de blanco frente a él. Besándole. Besándole con tanta pasión como si fuera la última vez. O la primera. Una puerta a sus espaldas se abrió con violencia y no se atrevió a mirar. Apretó los párpados con fuerza, y debe haberla mordido, pues fue su protesta lo que lo devolvió a la oscuridad del living.
Aquella negrura, era entonces agobiante. ¿Dónde estaba el interruptor? Por fin la luz se encendió. Ella estaba junto a él, con el vaso, ahora, en sus manos. Cogió también el suyo. ¿Qué estaba ocurriendo? ¿Acaso la razón se le escapaba? ¿Qué visiones eran aquellas? ¿De dónde provenían?
La luz lo tranquilizó un poco. La expresión en el rostro de ella, era de desconcierto; en el suyo, de confusión; tremenda confusión, y temor. Se levantó de su lado, con su buzo negro, y se alejó un poco del sofá. Él se quedó allí, mirando su espalda, sin mirarla; su mente perdida en lo que le estaba ocurriendo. ¿Qué sucedía? ¿Por qué enloquecía en forma irremediable, viendo escurrirse así su razón segundo tras segundo sin poder evitarlo?
Ella se volvió, y la vio, de blanco frente a él. La puerta que se había abierto, a sus espaldas. Sentía la presencia, la mirada detrás de sí. Por fin se volvió. Un rostro pálido. Un traje de gala de la guardia real. Un rostro familiar, el mismo del cuadro. Y una mirada que reconoció de inmediato. Que reconoció con terror. Los ojos del viejo desquiciado, en otro rostro. Los ojos de quien debía casarse con ella ese mismo día. Desenfundó el sable con furia y se abalanzó sobre él.
Todo cuanto pudo hacer fue cerrar sus ojos, y al abrirlos estaba de vuelta en el living. Su amada frente a él, de espaldas. Había recordado. Se levantó lentamente y la estrechó contra sí en un abrazo infinito. La besó con pasión, tratando de atrapar el sabor de sus besos, como para poder conservarlo por un largo tiempo, y salió a la calle.
Allí estaba el viejo. Con el sable en su diestra. Parado en medio de la calzada, con sus ojos de militar en traje de gala, y en el living, su amada, de negro, detrás suyo.
Cómo me gustó este cuento!
ResponderEliminarNo le digo cuánto porque no se haría una idea.
Ese final (y lateral) abierto me sirve para entretenerme todo el viaje.
Por momentos pensé en un tablero de ajedrez. lo que son las cosas, no?
Chas gracias.
ooooooooppppppssss
ResponderEliminarminutos de letras increíbles
gracias
mmmmmmmm... maravilloso. Todo comienza a precipitarse, me hace perder el equilibro... me lleva hasta el borde del abismo y me deja meciéndome con el viento.
ResponderEliminarMe aterra especular sobre el presente y el pasado, las reencarnaciones kármicas, sobre esos dos enamorados en dos líneas de tiempo que se intersectan.
Miedo me da que no pueda volver a abrir los ojos y estar junto a su amor. Pánico de que no se pueda cerrar ese portal atemporal que se abrió en su cabeza.
Mañana lo releo... el militar engalanado me recuerda a cierto ciruja que suele estar cerca de mi casa, por lo sucio. Pero visualizarlo vestido con galas militares se me complica mucho!!! Ni que hablar de imaginarlo peinado, por dios... inconcebible.
Fantástico, mi querido Zeta... cuando se le notan las prisas es cuando más sorprende.
Don Zeta: Evidentemente estos relatos le sientan muy, pero muy bien. Tienen esa cuota justa de delicadeza, calidez y suspenso, necesarias todas ellas, para atrapar al osado lector hasta el último punto.
ResponderEliminarHa tirado sobre la mesa muchos temas interesantes, pero me quedo con esas batallas que nunca hemos librado y que aguardan ansiosas por su resolución. Supongo que en esta vida o en otras, las cuentas siempre se saldan.
Le dejo un humilde saludo y un "me gustó mucho"!!
Sil.*
Estoy impresionada, Zeta. Perfectamente lo podría haber escrito Becquer. Un beso... desde el manicomio.
ResponderEliminarSe agradece, basilia. Y a usted, Circe también. Es bien poco frecuente que venga a alabar un post así abiertamente. ¿Cómo le fue con el final abierto en el viaje? Cuéntenos cómo termina esta historia. Bueno, al menos explíqueme eso del tablero de ajedrez. Y no me venga que es por los cuadraditos blancos y negros!
ResponderEliminarCandelaria, no sea dramática, mujer! Vamos. Y está faltando que nos diga qué piensa de Becquer para enter qué quiso poner.
No se asuste, Cherry. Hay cosas piores. Fíjese además que en un espacio no euclidiano, hasta las líneas paralelas se intersectan. Además del hecho de que la distancia entre dos puntos, en un espacio curvo, puede llegar a ser mucho menor que la distancia del recorrido para ir de uno a otro.
A ver, es algo así: imagínese dos ciudades que están cada una al lado de una montaña altísima pero angosta de base. Para ir de una a otra hay que subir hasta la cima y volver a bajar. Uff, larguísimo. Y sin embargo, la distancia atravesando la base de la montaña, si existiera un túnel que las uniera, es muy poca!
O imagine dos puntos sobre una esfera. La distacia para ir de uno a otro, sobre la superficie de la esfera, es siempre mayor que la distancia en línea recta.
En nuestro espaciotiempo curvo riemanniano pasa eso mismo, Cherry.
En esta historia, cherry, al menos en apariencia, hay tres enamorados, no dos.
Me encanta sil que hagas esa lectura. Hay batallas que es inevitable librar. Conflictos que no se resuelven ni siquiera en la muerte. Se puede ir pateando la pelota hacia adelante, pero el tiempo tiene mucha paciencia.
Me da un poco de curiosidad saber si la mina tiene claro lo que está pasando. Los dos protagonistas parecería que sí. Bueno, no está claro tampoco si son dos protagonistas o si es uno solo.
ZETA: Hay cosas "piores"... ¿cuáles? Debe ser aterrador estar en dos espacios temporales de tiempo distintos por completo y que en uno de ellos amenacen tu vida... y pensar: ¿Y ahora que pasará en el otro?
ResponderEliminarSon tres enamorados, sí... pero en ambos tiempos, los amantes, los correspondidos, son solo dos. Y esos dos, son los que me preocupan.
Supongo, que en esa "confusión" de protagonistas, es decir, si es uno o dos, radica lo interesante de este relato.
ResponderEliminarAdemás, hay batallas internas que solo nosotros conocemos y, como bien dice, pateamos para adelante. Pero más acá o más allá, hay que batallar con nuestros fantasmas y ahí, solo ahí, sabremos si realmente estamos solos.
Un abrazo!!
Sil.*
Becquer me gusta mucho, Zeta.
ResponderEliminarEn otro orden de cosas, hoy escuché Russians y me sorprendió darme cuenta que Sting era un estúpido.
ResponderEliminarAnd so was I.
There's no such thing
ResponderEliminaras a winnable war
It's a lie we don't
believe anymore.
Z, se da cuenta? Si el hipócrita y criminal de Tony Blair hubiera puesto en práctica esas palabras, en vez de invadir Irak con una excusa increíble ¿cuántas vidas se hubieran salvado?
Pero Sting también dice:
History
will teach us nothing.
Y una última discrepancia: Sting no es ningún estúpido. Es un vivo. :-)
Casi que coincido con ud. sokón en la discrepancia. Sting sería un vivo, sí; si no fuera un estúpido.
ResponderEliminarCon respecto a las guerras, sokon, hay algo que me perturba. Algo personal que me perturba. Me desagrada mucho la violencia, y siento un rechazo casi reflejo hacia las guerras. Un rechazo que proviene, supongo, mas que nada, de mi formación ética.
Sin embargo, alguna vez me he atrevido a ahondar, no mentira, a asomarme apenas, a algunas cuestiones. Y se me ha ocurrido preguntarme por ejemplo si algunas de las cosas que llamamos desgracias para la humanidad, no son mecanismos que cumplen una función en ese organismo que llamamos humanidad. Si la pobreza no tiene una función, si la guerra no tiene una función. No pensándolo a nivel de cada individuo, sino de la humanidad incluso histórica.
Siéntase una mala persona por un momento y piense, sokón, si la guerra no ha permitido un gran desarrollo a algunas naciones, al precio del horror y del sufrimiento pasado. Pienso en el desarrollo de Japón. Pienso en la reconstrucción de Alemania. Pienso en Europa en general. No sé, no estoy convencido de esto; y me parece que esa línea de exploración puede no valer la pena; que es un juego demasiado peligroso.
Lo que sí tengo que decirle, sokón, es que el fragmento de Russians que escogió está en contradicción con la historia del post, en la cual, las batallas, al menos algunas deben ser libradas, y es inevitable sustraerse a ellas.
Pero es solo una contradicción aparente, porque en ningún lugar del relato dice que la batalla sea ganable por ninguno de los personajes.
A mi también, Cherry, me preocupan los amantes. Me da la sensación que nunca van a estar tranquilos. Pero sospecho, y se me ocurre ahora, que quizás la batalla se repite porque la única que puede resolver el conflicto, es la muchacha. No los dos hombres peleando.
Me alegro, entonces, Candelaria.
Bueno, creo que se entiende igual, pero por las dudas:
ResponderEliminardonde dice es inevitable sustraerse a ellas en realidad está diciendo es imposible sustraerse a ellas
Beso
Y cómo podría la muchacha resolver el conflicto? La única forma que se me ocurre es casándose con el viejo. Pero todo hace pensar que no quiere saber nada.
ResponderEliminarLa trama de Verde Oscuridad es similar. La diferencia es que Anya Seton, en la última vida, resuelve el conflicto.
Zeta, por qué es ud estúpido?
ResponderEliminarYo coincido con Sokon. Para mi Sting no es tan estúpido. Después de todos estos años sigue robando.
La verdad candelaria es que te estuve bancando bastante tiempo porque sentía algo de lástima por tu condición.
ResponderEliminarPero ya que carecés de las nociones más elementales de cortesía, y además tus comentarios son de escaso valor e inteligencia, todos vamos a ganar mucho con tu exclusión de este blog.
Además de lo dicho, ya estoy de vos y de tus insultos.
Sé feliz.
Z:
ResponderEliminarTodo el tiempo miro a la humanidad como un sistema. A veces miro al ser humano como un mero agente del adn, usado por el adn para perpetuarse. Y desde la aparición del lenguaje, como un agente de los memes para perpetuarse. Estas cosas que usan y poseen al hombre, me parece que laten en el fondo del panteón de dioses -ciegos sordoes e idiotas en el centro del caos- lovecraftianos.
En cualquier caso, coincido con su opinión de como unos se benefician y otros se perjudican de la guerra.
Mi horror y rechazo por la guerra tiene un origen más humilde: proviene de mi miedo a la muerte. :-)
Eso, sumado a la regla de oro de la ética judeocristiana. Ya sabe, aquello de no hacerle a otro lo que no quieras que te hagan.
Desde luego, mi rechazo por la guerra está emparentado con mi rechazo por la explotación y por cualquier abuso de poder.
'El lobo y el cordero pacerán juntos; el león comerá paja como el buey, y la serpiente se alimentará de polvo. En todo mi monte santo no habrá quien haga daño ni destruya'
Isaías 65:25
Me encanta el profeta Isaías.
Puede ser que ud. tenga razón y que bien hondo el ser humano sea solamente un agente en un sistema, y ese sistema precise de la guerra para el progreso. Pero:
http://www.youtube.com/watch?v=srUK67jiCw0
Desde el principio ninguna cosa es. ¿Donde podría quedar adeherido el polvo?
A la pelotita... ejem... no sé si es buen momento para intervenir, pero...:
ResponderEliminarEn verdad coincido zeta en que la muchacha puede resolver el conflicto, pero hete aquí que no hay diálogos que esclarezcan la situación. Creo entender que el muchacho es el amor de la chica en ambos tiempos.
Que vaya a saber quien la obliga a casarse con el viejo, en la primera fase. O qué circunstancias.
Pero tampoco creo que al viejo le importase en ese tiempo, que ella verdaderamente desee casarse con él. Así que, cabe suponer, que no estaría en mano de ella detener la lucha.
¿Como puede salvar a su amor, si al viejo no le importan sus sentimientos más profundos? ¿Cómo si no es interponiéndose entre ambos? Y sí, mire usted, creo que ella lo haría! Sería un remanido final romántico... pero tal vez, el único posible.
En el tiempo actual, aún no se han enfrentado, lo que si se pone en riesgo, es la salud mental del susodicho. Aunque bien podría suceder, que en medio de un tiempo y otro, él izara su mano con algún objeto que cupiera ser usada como arma (en el tiempo anterior) y se encontrara matando a su amada (en el presente), sosteniéndola, desesperado, en su agonía.
Pero este final, tambien es previsible.
Sigo pensando finales...
No se sulfure zeta... besitos alados...
sokon, la relga de oro es mejor que eso, es un principio activo:
ResponderEliminar"hacele a los demás lo que te gusta que te hagan a vos" dice Jesús y yo parafraseo.
Ese "hacé" nos sugiere un principo activo, tomar la iniciativa, que además va en la misma linea de amar al prójimo.
Claro, en general adoptamos el "no le hagas..." porque es más cómodo. Si no hago ya alcanza.
Y a mi me parece que no.
Ejemplos sobran.
En el viaje iba bien, pero me dormí... y fue mejor, porque soñé con el cuento.
ResponderEliminarPero eso es otra historia.
Por qué ajedrez? Para empezar es que de un tiempo a esta parte estoy jugando más, por ahí por esa razón se me vino a la mente.
Y si bien ud dice que no le diga que es por los cuadraditos blancos y negros, y sí, un poco es por eso: en el cuento se salta del blanco al negro, blanco, negro... además de ciertos movimientos "caballezcos" en el tiempo, la presencia de una reina que se mueve libremente en varias direcciones y el jaque del final.
Eso.
Muy buena su observación, Circe. Estoy de acuerdo. Sabe que pensé en formularlo de la manera cristiana? (Siendo la manera judía la que aparece en mi post). Pero después opté por el mínimo común denominador judeocristiano.
ResponderEliminarSin embargo, como dice un amigo 'no deje que lo bueno sea enemigo de lo muy bueno'. Ya con no hacer daño, con no iniciar una guerra, Tony Blair hubiera salvado vidas. Ese era mi punto. Si además hubiera ayudado de otras formas, mejor.
El principio activo (la versión cristiana) es un poco peligroso, porque requiere de empatía para aplicarse correctamente. Si no, uno puede pensar que lo que es bueno para uno, es bueno para todos. Y ese mismo es el argumento que hipocritamente esgrime Bush: 'les llevamos la libertad y la democracia' (más allá de que todos sepamos que solamente quería el petróleo).
Llevándolo a la parodia con fines ilustrativos, un masoquista sin empatía que creyera en la regla de oro andaría lastimando a todo el mundo. :-)
¡Notable la descripción ajedrecística del cuento! Yo solamente había percibido el tablero blanco y negro, pero los saltos caballezcos y la reina son notables.
A mí me encantó también, Circe, la descripción ajedrecística. Me está quedando en el debe lo que soñó. Anímese y posteelo del otro lado ;)
ResponderEliminarTanto el principio activo como el pasivo adolecen del mismo problema que ud. plantea muy bien.
Creo que el principio debe ser activo. Y creo que debería ser hacerle al otro lo que nos parece mejor para él.
Creo que salvar vidas no es la expresión correcta sokón. El último verso es ineludible. Creo que usted se refiere a no causar muertes, o a intentar evitar muertes.
Voy a polemizar un poco con ud. sokón. Piense que hay vidas que sólo pueden encontrar su justificación en una guerra. Quizás esas puedan ser vidas salvadas solo en la guerra.
Gandhi propuso una guerra, una guerra inevitablemente violenta, y creo que él lo sabía. Martin Luther King propuso una guerra. Guerras que estaba clarísimo que iban a ser violentas.
Artigas también.
La guerra acaba siendo un tribunal arbitral, cuando otros se declaran inompetentes.
Le recuerdo dos de las entrevistas de Sócrates Muniz que tuvimos aquí hace algún tiempo en las cuales se menciona el tema.
Esta
y
Esta otra
Cherry, tampoco yo se cual sería el final que resuelva este conflicto. Pero sabe qué? tengo fe en que se va a resolver de la manera correcta, sólo con que cada uno de los personajes siga a su corazón.
Z:
ResponderEliminarEs verdad, alguien que no hace nada por destruir una vida no la salva. Sería llevar mucho mérito por no hacer nada. :-)
Lo mio iba por este lado: uno que puede provocar con una acción la muerte de alguien y no actúa, con su inacción -que también es acción, porque es desición de no hacer- la salva. En ese sentido es que para mi Tony Blair es responsable de muchas muertes, y para mi es un criminal de guerra. Tan criminal o más que el mismísimo Saddam Hussein.
No creo que haya vidas que sólo pueden encontrar su justificación en una guerra. El tema de que aún en lo peor pueda surgir algo bueno no justifica que ocurra lo peor, y mucho menos que se trabaje en pos de lo peor confiando en esa mejora.
Sobre Gandhi y sobre el Reverendo King, para mi ambos abogaban por la desobediencia civil pacífica. La famosa 'otra mejilla'. Eso es dignidad. Los cristianos ya nos olvidamos de los mártires del circo romano. Al respecto, encuentro especialmente destacable el final de la novela Quo Vadis.
Igual con la desobediencia civil hay un riesgo enorme: que se convierta en orgullo y en provocación (una acción pasivo agresiva).
Con un poco de mala intención, voy a citar otra estrofa de Sting:
A simple act of faith
In reason over might.
To blow up his children will only prove him right.
History will teach us nothing.
Hay un estupendo libro, Comunicación no violenta, de Marshall Rosenberg. El autor plantea un skill -la comunicación no violenta- como medio de resolución de conflictos.
Mi respuesta a las notables entrevistas de Sócrates Muniz es el siguiente programa de Peter Capusotto sobre un gran músico y revolucionario: Bombita Rodríguez.
http://es.youtube.com/watch?v=pPRbBVykn5A
Y ya que está viendo a Capusotto, no deje de ver las entregas sobre Nicolino Roche y Quiste Sebaceo (el Zatanizta).
ZETA: ¿Sabe lo que pasa? Que yo no tengo muy en claro en qué época se desarrolla la primera escena, la del pasado. Pero hubo varias épocas en las que "seguir el corazón" no era el Leiten Motiv de nadie. Y mucho menos en el amor, que era un mero acto de conveniencia y connivencia (jajaja) social.
ResponderEliminarNo me fiaría de ese final...
El Zatanizta me pareció bastante bueno, sokón. Tiene algunas escenas excelentes.
ResponderEliminarMe despierta simpatía la expresión desobediencia civil pacífica. Me parece un poco ingenua.
Pero fíjese que dar la otra mejilla poco tiene que ver con esa desobediencia que ud. predica, amigo sokón.
me gustó mucho
ResponderEliminarme hizo acordar a "el sueño de los heroes"
Acuerdese, Z, que en mi ingenuidad está mi fuerza.
ResponderEliminar(spoiler) todavía me acuerdo cuanto me sorprendió la escena del final de V de venganza, cuando todo el mundo marcha hacia los soldados con rifles; tanto me conmocionó que me tuve que tapar la boca para no llorar a los gritos en el cine y arruinarles el momento a los demás espectadores (/spoiler)
Me intriga algo: ¿por que lo de poner la otra mejilla no es una forma de desobediencia civil pacífica?
Discrepo rotundamente con el verbo ese que ud. me achaca, predicar. Ni que fuera un sujeto gramatical o un verbo.
Supóngase sokón, que por alguna razón cualquiera, póngale si quiere debido a mi situación indigente, yo estoy y un grupo de indigentes amigos, estamos en contra de la propiedad privada.
ResponderEliminarPero no queremos hacer una revolución violenta para conquistar nuestros derechos. Simplemente, me voy a meter en su casa sokón, en la primera oportunidad que ud. deje abierta una ventana. Me voy a meter allí junto con varios amigos y sus familias. Vamos a comer algo, miraremos televisión en su living, le usaremos la computadora un rato y después nos acostaremos en su cama matrimonial todos los que quepamos.
Algunos de nosotros van a irse un rato, quizas nos llevemos la computadora, otros se daran una ducha, algunas de nuestras señoras se probaran la ropa que encuentren en su placard, a ver si les quedan.
¿Eso es desobediencia civil pacífica?
Jota, me parece que se le fue un poco la mano.
ResponderEliminarYo encantado, pero digo...
Venga con sus amigos cuando quiera, Z. Y traiga unos vinos. ;-)
ResponderEliminarEn todo caso, sospecho que hay algo muy maligno en la propiedad privada. Simplemente me cuesta creer que uno de verdad pueda poseer algo.
Pero también creo que hay algo muy maligno donde no existe reigi. Saho. Etiqueta. Donde falta la cortesía. Mi objeción, si la pusiera, sería tal vez por una opción estética.
En cuanto a la pregunta que me hace, la respuesta sería que no, eso que ud. describe es muy gracioso pero, claramente, no es desobediencia civil pacífica. Por lo pronto, no creo que sea pacífico.
Y sobre su cuento, Z, me parece que en la vida ya leí unos cuantos cuentos con ese tema (quizá el mejor de ellos haya sido La Noche Boca Arriba, de Cortázar).
ResponderEliminarPero sin embargo -y no se cómo, todavia- ud. hace una magia que convierte esa historia en algo muy efectivo. Sobre el final me sentía totalmente ansioso por conocer la resolución.
Yo siguiendo a nuestro querido Thoreau, estaba pensando en esposarme frente a su casa zeta, completamente desnuda - con dos gotitas de perfume (porque sí che, voy perfumada a todos lados!), como protesta ante las numerosas acciones que atentan contra el medio ambiente, llevadas a cabo por la industria farmcéutica.
ResponderEliminar(Eso, es desobediencia civil pacífica, Zeta... y muchas cosas más...)
A mí me da un poco de curiosidad la propiedad privada, sokón. Pero, piense, piense si realmente eso no es desobediencia pacífica. Y piense si realmente no hay violencia en la desobediencia pacífica. A mí me parece que su opinión fluctúa asegún en qué acera se coloque.
ResponderEliminarCherry, no quiero alarmarla, pero la situación que está provocando la industria farmacéutica cerca de mi casa, es gravísima.
En realidad, Cherry (y nada está más alejado de mi ánimo que desalentar sus planes de lucha pacífica:p ), creo que poco va a afectar a la industria farmacéutica su protesta. Le digo más, es probable que acabe ud. acudiendo a la farmacia a comprar algún tipo de cremita curativa.
ResponderEliminarDicho esto, con el mayor de los respetos.
(posible en esta circunstancia)
Ahhhh... mire ZETA, el primer comentario al respecto, era perfecto, gracioso, pícaro, y con cierta complicidad.
ResponderEliminarEl segundo comentario, sí, justo ESE de ahí arriba: Es burdo y chabacano.
Todo esto dicho con la máxima seriedad posible
(en estas circunstancias)
Cherry, es ud. muy linda cuando rezonga. No sé si se lo han dicho, pero sépalo.
ResponderEliminarBueh, ahora me dice eso Zeta y se me pasa el enojo, así no se puede ser mala!
ResponderEliminarVoyme sonriente - pero con mucho sueño...
No se queje, cherry, sueño tenemos todos.
ResponderEliminarMe hizo acordar a una remera que dice: Sí, sí, problemas tenemos todos
Usted no es lindo cuando rezonga ZETA, Sépalo!
ResponderEliminarEs más, asusta. Me dió miedito. No rezongo más... Snif, Snif.
Ya no digo más nada de mi sueñito de Martes. Ni MÚ.
Está lindo el día, ¿no?
JIJI
Sokón, tengo que decirlo: estoy revolcándome en el piso, después de ver el video de capusotto del zatanizta.
ResponderEliminarHay dos momentos sublimes. Uno es cuando habla el cura, y el otro, que es ma-ra-villoso es cuando el pibe habla con el manager.
eztoy penzando.. en hazer algo... zinieztro...
Increíble.