lunes, 12 de julio de 2010

Levantar Ciudades

Levantar Ciudades
Lilian Neuman

Finalista Premio Nadal 1999.


Una bosta. 
Eso pensé cuando empecé a leer este librito. Pensé que me había engañado la contratapa. Me estafaron, pensé.
Seguí leyendo. 
Una bosta, confirmé. Y decidí que el premio Nadal era también una bosta.

Desde que decidí, hace ya un tiempo, que no tenía por qué terminar de leer todo libro que hubiera comenzado, muchas veces he tenido que plantearme a cada página si seguía una más o si ya habían sido suficientes.

Sabido es, por quienes me conocen, que para resolver esta disyuntiva, a todo libro le concedo una gracia de cien páginas. Cien, en honor al comienzo  de «El Nombre de la Rosa», que el editor  quería cercenar. Y que por suerte Eco protegió con firmeza, todo o nada, aduciendo que el lector que fuera a introducirse en el mundo del libro debía pasar esa Iniciación. Después de todo, adaptarse a un universo nuevo no es tan fácil. Menos si se trata de uno engañosamente parecido al real.

Por otro lado, si en cien páginas un libro no mejora, puedo decir que es una bosta, con propiedad.

«Levantar ciudades» está organizada en cinco capítulos, o libros. No queda claro. Ahí se refleja un poco una rara desprolijidad general de la obra. Siendo más formales, estos cinco capítulos deberían ser en realidad tres libros.

El primero cuenta la infancia de la narradora. Es malo. Plantea una visión infantil del mundo, y aunque quizá es una visión formalmente correcta (quiero decir correctamente infantil), no tiene ningún interés artístico. En cualquier caso, para bien de Neuman, toda esa parte está al comienzo (y ocupa menos de cien páginas). Imagino que debe cumplir una función numeraria para alcanzar la cantidad mínima de páginas que Nadal exige en su Premio.

Una vez superada esta primera parte, que más bien parece una autobiografía real carente de todo interés, el libro mejora muchísimo. El universo de Neuman, construido con un estilo literario particular, empieza a resultar más benévolo con el lector.


Es cierto que el segundo libro es una historia totalmente independiente al resto de la novela (aunque es la misma narradora, algunos años después, cuando se ha mudado sola a vivir en Buenos Aires). Pero incluye la descripción de una obra de teatro sobre la Pachamama negándose a salir en su festividad por estar harta de que le regalen chucherías (guionada por la narradora), que es muy divertida, y vale ya por toda la lectura del libro.


El libro mejora mucho a partir de ahí; y ya habituados a la voz de Lilian Neuman, la novela consigue su efecto, y acaba siendo una lectura muy bella.

Y uno piensa, entonces, que las rarezas del libro quizá no sean sino esa magia que tienen todas las operas primas, inclasificables en otra categoría. Magia que perdemos cuando sentimos que empezamos a domeñar el arte y el oficio de escribir.

Un aplauso para Neuman. Logró rescatarme del escepticismo y me hizo disfrutar.


6 comentarios:

  1. Hay un escritor argentino muy muy bueno, Antonio Dal Masetto. Algo de lo que comentabas sobre Lilian Neuman me lo recordó. Es intimista, sereno, divertido, irónico y compasivo.

    Abrazo.

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  2. Qué culto que es, sokón!
    De dónde saca esos autores, esa conaissance de la literature...
    Lo voy a anotar en la última página de mi cuaderno.

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  3. Cada tanto sokón saca un autor de la manga... Me deja pasmao.

    Zeta, le queda muy bien el estilo áspero tajante del comienzo del post.

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  4. Sí, pero no sólo a eso. El tercer (o segundo?) párrafo es muy bueno. Pero usted es realmente clemente: en muchos casos cien páginas más que una gracia es un desperdicio de tiempo, no le parece?

    Y ya que cita a Eco, siempre me gustó (y me resultó admirable) que el tipo se haya dado el lujo de un primer capítulo como el del péndulo de fucó.

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  5. Hace unos cuantos días, jahey, que vengo diciéndome llegó el momento de la relectura del péndulo.

    Es una relectura que quedó propuesta desde hace quince años, lo menos, a la espera de estar en condiciones de disfrutar el libro como me parecía hace quince años que se merecía.

    Y, justo, escribiendo un libro, dije pará, que esto yo ya lo leí. Y era el péndulo. Voy a tener que releerlo, dije. Y ahora, usted.

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