miércoles, 14 de mayo de 2014

El gaucho Garcilaso



«Fausto y Fili-Benzo aguardaban la vuelta de Urú-Katú -quien todavía no había regresado al pueblo- para coordinar noticias respecto al movimiento de las tropas gubernativas y elaborar en consecuencia los propios planes de acción. Mientras, se sucedían las excursiones y esparcimientos en honor de los visitantes.

Uno de los espectáculos que más asombró -e incluso llegó a escandalizar a algunos de aquellos rudos forasteros- fue el baile de pelados que se organizó precisamente en su honor.

Es éste, simplemente, un baile de nudistas a la luz atenuante de la luna. ¿De qué tiempo remoto, de qué cuenca perdida vendría esa costumbre, a la vez osada y púdica? Nadie lo sabía ni intentaba explicarlo. Era una tradición que se justificaba por sí misma; un fuero lugareño que pervivía en la región.

Llegó la noche de aquel festejo llamativo y extraño. Constanza, única mujer visitante, no quiso ir; Azores quedó acompañándola con algún pretexto. Por su parte Fili-Benzo masculló que semejante espectáculo era una porquería digna de gringos y también dio unas excusas de ocio noble y de trabajos, para no asistir. En cambio, en la masa de los visitantes reinaba una pungente curiosidad por conocer aquel recatado atrevimiento. Y así acudieron la mayoría.

En una discreta pradera, al amparo de árboles, se verificó aquel singular espectáculo. A la luz del sol hubiera sido inadmisible y chocante; pero bajo la claridad cenicienta resultaba sugestivo, por lo menos excusable. La luz lunar todo lo perdona y absuelve. Surgía bajo su claridad algo de autóctono y nativo, de rescatado de tiempos remotos, de épocas perdidas tras el olvido.

Los cielitos y pericones parecieron de mágico retorno a una antigüedad. A compás se recortaban las figuras cimbreantes de mozos y mozas, pero también de personas de segunda edad. De pronto se disimulaban y se perdían en juegos de claroscuro; pero reaparecían en un rito oportuno, ya totalmente, ya en trozos evidentes, sugeridos o propuestos. Realmente era de verse cómo se disimulaba y se exhibía por turno. Los cuerpos, en su mayoría tan blancos bajo aquellos rostros curtidos, parecía que duplicaban la personalidad natural de los bailarines.

Algunas chinas de mediana edad brillaban de pronto al claro, algo ventrudas y sueltas, manteniendo con toda viveza movimientos y compás. Entreveíanse piernas y grupas quizá demasiado pulposas, pero en el campo esa abundancia se cotiza bien. El repertorio de pechos caídos y levantados iba más allá de curiosidades e inflamaba imaginaciones. Siempre abundantes, nunca secos, apuntaban en algunos casos al gigantismo. La mestiza Eudelia, por ejemplo, ofrecía un desarrollo tan formidable, que fácilmente duplicaba el volumen de las participantes mejor dotadas.

Una duda había atravesado el espíritu de Diolecio da Persíncola en los primeros momentos:

-¿Pero esto será decente?

-Decente no sé, compadre; pero una vez que se desvistió ¿qué va a hacer? Ya está ahí -le replicó uno de los lugareños. Y agregó convencido -Y este baile, bien o mal que se vea, ahuyenta los malos espíritus.

No se necesitó más para persuadir al veterano. En cuanto a los más jóvenes, como Orsús, Basilio o Tributo Morales, participaron desde el primer movimiento en aquella kermesse nocturna. Si bien al comenzar parecieron un tanto desconfiados y cohibidos, anadando el baile alcanzaron una total euforia.

Fue ciertamente un baile en el tiempo, de final pronosticable pero indescriptible.»


El Inca de la Florida
Roberto Fábregat Cúneo

5 comentarios:

  1. me pongo en campaña para conseguirlo. cómo no se me ocurrió antes...
    grandísima descripción, veraz e inverosímil a la vez.

    ResponderEliminar
  2. Esperese; sosiegue, yo se lo puedo prestar si no lo consigue; por casi nada.
    ¿Qué es lo que no se le ocurrió antes?

    ResponderEliminar
  3. conseguirlo, luego del hito de la casa de los cincuenta mil hermanos...
    bueno, empréstemelo.

    ResponderEliminar

Si la curiosité t'amene ici, va-t-en! Il en est temps encore.