lunes, 8 de diciembre de 2014

¡Qué gran libro!

La mejor de las fieras humanas
Aldo Mazzucchelli

Luego de varios años de circular por las tertulias llegó a nuestro pupitre, anunciado por innúmeros encomios y rucias algazaras, este libro retacón y cajetilla que, con ingenioso descaro, nos propone la editorial Punto de Lectura: un volumen descartable, casi cúbico, de tenue encuadernación que duró apenas un centenar de notas al pie, antes de destriparse. Pero valga esa metáfora de la irrepetibilidad de toda lectura, que esta tribuna aplaude hasta la excoriación.

Se trata de la biografía –¡ah, tacañería infame del encomio! ¡más que eso! parece recriminarme mi amanuense haciendo un alto en su tarea de digitación; ¡es mucho más que eso! es la vida misma –del poeta Julio Herrera y Reissig. Señores: aquí está, pués, todo; cada miserable partícula de mugre en las uñas del poeta, cada resto de lechuga entre sus dientes, cada pensamiento que tuvo o que no tuvo, o que quizá podría haber tenido. Es difícil imaginar cómo hizo Herrera y Reissig para vivir sin haber leído antes este libro. Sólo falta (y no sé cómo se ha escapado) el poeta.

No hace falta aclarar que estamos ante una obra bastante escatológica, pues es lo propio del género. Una biografía muy moderna: la vida como la contaría Tinelli. En este punto mi amanuense sonríe contrariado; me aclara que de eso se trata toda biografía. ¿Para qué si no...? y me mira desde abajo, esperando una retractación de mi parte.

La pregunta es interesante y de difícil respuesta. ¿Para qué son las biografías? ¿Cuál es la tesis detrás de La mejor de las fieras humanas? ¿Qué busca? No es evidente y no lo sé. Para mí se trata, le digo disimulando el balbuceo con un bostezo forzado, de un gran conjuro, un ritual esotérico para convocar y retener, contra su voluntad, el alma de nuestro mayor poeta. Es la escoria de una monomanía del autor. Pero todo libro es eso, en el fondo, aclara mi amanuense desde el teclado, aguardando que yo asienta. Asiento.

Admito, de mala gana, que quizá esté predispuesto. Me disculpo; es mi falta de capacidad para evitar que los datos íntimos de un autor me arruinen la lectura de sus obras, y cambio de tema. Me gusta mucho Herrera. La Tertulia Lunática me hace llorar.

En definitiva, Mazzucchelli nos presenta su visión de Herrera y Reissig, como hace cualquier biógrafo. Pero en este caso, eso entraña una peligrosidad, pues ésta está tan bien escrita y documentada, que uno debe hacer un esfuerzo de atención para no tomar por cierta la ilusión de que está ante la vida real del poeta.

Pero vengan, los invito a pasar por este lado, a contemplar las virtudes de esta obra ampliamente recomendada, que desde ya recomiendo a todos también yo; dice mi amanuense.

Se trata de una investigación impresionante. Obsesiva. Podemos decir que es un libro obsesivo, lo cual no le quitaría mérito, sino al revés. Hay hasta un empeño en que se note la envergadura de la investigación. Tan rica en detalles y a veces tan cargosa (a partir de cierto punto digo ¡basta! –¿vasta? pregunta el amanuense –¡basta! qué me importa que la señorita Elvira le reveló en una entrevista a Mazzucchelli, a la que cortésmente accedió, que tuvo en sus manos una carta donde decía que  por un tiempo el poeta se peinó con raya al medio), tan cargosa, decía, en puntillar fuentes y las circunstancias que las rodean, durante doscientas  páginas de notas al pie, que al leerlo uno tiene la ilusión de que está accediendo, realmente, a la vida del poeta. Que lo acompaña en sus derivas. 

Éste es un gran mérito que se hace evidente si a continuación leemos, por ejemplo El bastardo, que intenta biografiar a Roberto de las Carreras, y donde es evidente la invención de detalles ineficaces y el tono de profesor suplente que adopta el narrador.

La mejor de las fieras humanas es un gran libro, tiene un gran título, elegido a medias entre Mazzucchelli y Herrera y Reissig, y si en algo falla, quizás, es en que luego de las novecientas páginas que nos presentan a un poeta empeñoso y brillante, gafe y drogadicto, decadente, despatriciado y a quien el mundo resulta ajeno, incluso luego de las inabarcables páginas de notas al pie, no se llega a conocer a Julio, como luego de leer su propia obra. Sólo falta, como dije antes, el poeta. Pensándolo bien, ahora, me parece que eso es bueno; es también un gran mérito.

Leí la prosa de Julio Herrera y Reissig en paralelo con  la de Mazzucchelli y el contraste es abismal. Quizá una me acercó a la otra; puede ser. Pero hay algo luminoso en la palabra de Herrera, y levemente oscuro en la nítida prosa de Mazzucchelli.

Por otro lado, este libro, que debería poner bajo los focos al biografiado, acaba trayendo a un primer plano al propio autor. Aunque tal vez este efecto sea un triunfo.

Felicitaciones Mazzucchelli y gracias. Escribió usted un bello libro, necesario, que justifica su existencia, y enriquece la de los demás. Y está hecho con amor, casi como un tributo, sincero, a uno de los más grandes escritores. Ojalá todas las biografías fueran así.

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